Nadie debería criticar, ni siquiera el republicano más recalcitrante, la presencia estos días en Gijón de algunas de las personalidades más relevantes que acuden a la región para recibir uno de los prestigiosos galardones principescos. Por nuestra ciudad han desfilado esta semana algunos de los premiados más relevantes, como Mary Beard, cuya visita a la villa romana de Veranes ha permitido reponer en valor un referente de la presencia de Roma en este municipio, más allá de las termas del Campo Valdés y la efigie cercana de Augusto. Apostaríamos a que muchos gijoneses no conocen aún ese enclave romano y seguramente la visita de una eminencia fuente de sabiduría clásica y sus alabanzas al trozo de historia antigua que allí se custodia servirán para que algunos de esos desconocedores decidan acercarse a Veranes, a ver qué hay.
Y quien dice Beard dice Gómez Noya, ese modelo incalculable de superación deportiva; o dice Herr Hugh, incalculable modelo también de superación humana. O finalmente, Nuria Espert, la encarnación femenina de la musa del teatro, mitad Talía, mitad Melpómene, a caballo entre la comedia y la tragedia.
¿Resulta o no beneficiosa para esta ciudad y quienes en ella habitan la presencia de tan señaladas personalidades? ¿Alguien puede pecar de tal cortedad de vista, de tal escasez de miras? Criticable sería, sin duda, lo contrario: que la Fundación Princesa de Asturias no entendiera la universalidad de los Premios en lo local y privara al resto de la región, y sobre todo a la ciudad más populosa, del agradable paseo de los galardonados.