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El reventón del traje entallado

El afán francotirador de Trump le arruina un cara a cara que tenía encarrilado

Donald Trump llegó al tercer cara a cara presidencial tan acosado por los escándalos que no tuvo más remedio que observar los consejos de sus asesores. Un poco de estudio y mucha contención. De modo que, bien porque los asuntos se repiten debate a debate como una pelota rebotando en espejos encarados, bien porque el magnate se va empapando por el lomo de la sustancia de algunos informes, Trump iba dando la impresión de que había logrado ajustarse el entallado traje de presidenciable. Hasta que, al doblarse el cabo de la hora, las costuras de su dos piezas "Casa Blanca" saltaron por los aires. Clinton, que una vez más había completado un recorrido sin faltas ni garra, aunque con algo más de mordiente asesino que en Nueva York y en San Luis, sólo tuvo que recoger los frutos para ser proclamada ganadora. Tres de tres.

Al igual que el pasado día 9, los contendientes no se dieron la mano en los compases previos. Cada uno fue derecho a su atril, un soporte que Trump pudo ceñirse como una correa para mantenerse en relativa calma. Desde el suyo, Clinton habría de escrutarlo con rostro cada vez más serio, recurriendo menos a la sonrisa irónica que en otras ocasiones. Fue ella quien abrió el fuego: le preguntaron por el Supremo y respondió hablando del Supremo. Luego se estrenó Trump, a quien el Supremo le pareció la ocasión para hablar del control de armas y disparar sobre Clinton. Y así siguieron las cosas -empollona frente a improvisador corto de panoplia y sobrado de gesto- hasta que Trump, en un intento de convocar a los fantasmas de la inmigración y el yihadismo, aludió a las filtraciones de Wikileaks para sugerir que Clinton desea abolir las fronteras.

Fue uno más de sus errores de principiante. Porque si citas Wikileaks, estás llevando el río a las aguas de Putin, a tus negocios rusos y a los ciberataques a EE UU. Y, en efecto, Clinton, despierta, libró la estocada -"me refería a fronteras en el comercio de energía", despejó- y la devolvió en forma de nubarrón grisáceo rebosante de gotas de guerra fría: Rusia pretende alterar las elecciones a favor de Trump. Así descolocó por primera vez a su rival, quien tensando el traje de presidenciable cayó temerario en el desdén de macho alfa: "Es que Putin no te respeta". Clinton vio que la guardia estaba abierta y tumbó al grandullón en la lona con un directo al mentón: "Prefiere a una marioneta". Después de un infantil "marioneta tú", Trump aún tuvo que repetir varias veces "no tiene ni idea, no tiene ni idea" para lograr reponerse.

El golpe del KO no salió, sin embargo, del guante de Clinton. Fue el moderador quien, tras los augurios de amaño de elecciones lanzados por el republicano estos días, le preguntó a las 04:06, cuando habían corrido 63 de los 90 minutos previstos, si aceptaría el veredicto de las urnas en caso de derrota. Y ahí Trump se propinó un demoledor autogolpe -"lo veremos en su momento"- que, al romper todas las tradiciones políticas del país, destrozó su traje presidencial, tan prendido con alfileres. Durante un largo minuto, cada bala disparada por el francotirador en apoyo de su desafío no era sino un plomo que lo hundía un poquito más en la fosa que, con extraño afán, porfiaba en cavarse. Clinton sólo tuvo que componer su rictus más serio, exhalar un "es terrible" y limitarse a pronunciar la sentencia: "No es así como funcionan las elecciones de este país desde hace más de 240 años". Quedaban más de 20 minutos de debate. Pero el tren de Trump, estrellado en su propio muro, estaba muerto. Al final, tampoco hubo apretón de manos. A los difuntos, si acaso, se los besa.

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