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Opiniones de un nómada

"Darién, otro"

Luis Cienfuegos, lo que Asturias perdió

Fue un bohemio, aventurero, viajero, estudioso, investigador, culto, creador, artista, licero y sobre todo un gentleman. Luis Cienfuegos, descendiente de Jovellanos, un hombre de exquisita sensibilidad del que me enorgullece haber sido amigo, a pesar de los pocos contactos personales que tuvimos, en los que intercambiamos sinceridad y secretos, ya que ambos entendimos el arte y la vida con igual perspectiva.

Un día, Pedro de Silva me hizo seguir documentación de la obra de Luis, su familiar, por si entendía que podría programarse en el Revillagigedo. Pedro, que nos conocemos desde hace mucho tiempo y nos respetamos siempre, jamás intentó presionar la inclusión de Cienfuegos. La programación en la Colegiata fue una decisión mía, reticente al principio, ya que yo, por aquel, no sabía nada de tapices.

Luis nació en el Palacio Real. Su padre, Conde de Cienfuegos, general encargado de las caballerizas reales. Su madre, Victoria, amaba la literatura, fue retratada por Sotomayor y Quirós. Su abuela, esculpida por Benlliure. Luis, el último de cuatro hermanos, estudió dibujo en el Círculo de Bellas Artes, pintura en Inglaterra y descubrió la tapicería en Francia con Jean Marie Lurçat, pero le gustaba más la palabra Licero, aquel que trabaja la liza, trasladando dibujos a un telar. Viajó por medio mundo y convivió con diversas etnias en Iberoamérica, en el lago Titicaca y con los chocóes de Panamá, siempre estudiando los pigmentos y tinturas de los indígenas. Participó allí en una expedición por la selva de Darién que impactó su vida. Escribió una novela inédita, "Darién, otro", la desintegración de una mente al recorrer la selva, de la que me habló con ternura y tristeza, por lo que significaba. Su obra de liza no fue extensa, por su trabajo reflexivo y por el coste del tejido; está en colecciones: Casa Real, Congreso, Casa de Alba, y museos: Reina Sofía, Puerto Rico, Costa Rica, Miami y colecciones privadas en Nueva York, Washington, París, etc.

Lo conocí en el Palacio de El Cañal, Guadalajara, un casón por aquel entonces en pleno deterioro, y a su hermana mayor, soltera, María Victoria y a Fran, un indio amigo que le acompañó hasta el final de su vida. El primer gesto de Luis, en Gijón, fue enviar un ramo de rosas rosa a mi madre, que la dejó enamorada y a mí agradecido. Era verano y apareció absolutamente vestido de blanco, como un dandi paseando por la Riviera. Lo invité a almorzar y me preguntó pícaramente: ¿Puedo elegir lo que quiera? Ante mi afirmación, pidió dos o tres postres exclusivamente. Por entonces, no sabía que Luis tenía diabetes, de saberlo le hubiese reconvenido.

La exposición se inauguró con ausencias familiares e institucionales significativas, aunque Pedro estuvo presente. Clausurada, acompañé la obra a El Cañal, y pasamos otra tarde ahondando en nuestra amistad y afecto. Años después, colaboré indirectamente en sus exposiciones en Alcalá de Henares y en Cuba.

Un mal día, me dijeron que le habían amputado una pierna y que Fran había muerto. Poco después, finalizando el verano de 2003, con la segunda pierna amputada, Luis fallecía, o se abandonaba a la muerte, porque la vida no tuviese para él significación artística ni vital. Escribí un obituario para los periódicos regionales presuponiendo la importancia para Asturias, pero sólo lo recogió LA NUEVA ESPAÑA. Meses después, volví a El Cañal para expresar mi profundo sentimiento a María Victoria. El Cañal estaba más húmedo, más silencioso, el polvo lo cubría y ni siquiera aquel atardecer era rojizo. Me señaló muy extrañada que el Museo de Gijón, sabiendo de su mala salud, no acabase de recoger el cuadro de su madre, realizado por Quirós y que Luis había intentado vender infructuosamente a Gijón por pura necesidad y que acabó donando. El otro día vi por fin el cuadro, en el Museo, aunque en una exposición temporal.

Terminando. Luis me dijo que su abuelo había comprado, en la Exposición Universal de París, la escultura Las Tres Gracias, de Canova, y que disponía de un recibo pagado en francos oro. Luis no sabía, a ciencia cierta, si además de las dos copias reconocidas, esta era una más o una reproducción para París. La escultura estuvo en el jardín del palacete de sus abuelos en Grado y había sido apedreada por los aldeanos, escandalizados por su desnudez. Él la tenía ofertada y por eso propuse verbalmente a la Caja negociar la compra, que, en cualquier caso, tendría un valor importante. La respuesta fue un no, sin más. ¿Dónde estará actualmente? También tanteé al Ayuntamiento, informando que Luis quería hacer una donación importante de tapices, siempre que se albergasen con dignidad, a cambio de alguna compensación económica estudiable. La respuesta, otro no, sin reflexión. Era evidente que Luis no estaba en la nómina de artistas de partido, subvencionables por las instituciones del momento, asunto digno de estudiar. ¿Ceguera o sectarismo? Sin embargo, la Diputación de Guadalajara hoy cuenta con el cuadro de Sotomayor y negoció rápidamente la donación de tapices, situándolos en la iglesia de los Remedios. Independientemente, conseguí que la Caja comprase dos tapices, que tal vez ahora pertenezcan a Liberbank, aunque mejor podrían depositarse en algún museo asturiano. A Luis Cienfuegos, artista internacional y uno de los últimos liceros, se le pudo haber re-enraizado aquí, pero, lamentablemente, Asturias lo perdió a él y su obra: "Darién, otro".

Post scriptum. Paseé por Alepo, hace años, bajo la dictadura Hafez al-Asad, padre del actual dictador. Caminé sus plácidas calles, subí al castillo, desde donde se divisa el Líbano cercano y escribí un premonitorio poema de Alepo, bajo el título "Siria", publicado en un libro en 1992, que finalizaba "Sobrevive más/ Aun más/ Mucho más". Hoy, Siria, campo de batalla de los intereses americanos, rusos, iraníes y saudíes, tiene un hedor criminal de muertos que no nos duelen. Somos los nuevos especímenes sin conciencia. ¡Qué asco, Plauto! "Homo homini lupus".

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