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Latidos de Valdediós | Soserías

La santidad

Tras la fiesta de Todos los Santos

Acabamos de celebrar la fiesta de Todos los Santos y he estado dudando si escribir o no sobre ello, por aquello de no ser demasiado "monjil" en mi artículo, y he llegado a la conclusión de que no se trata de ser "monjil" o no, sino de la verdad y la verdad es que esta fiesta está siendo víctima de los atropellos de la sociedad de consumo tanto como la Navidad o incluso más. Están intentando borrarla del mapa hace muchos años: primero los mismos cristianos yendo al cementerio y convirtiéndola en el día de los difuntos (que en realidad es el día 2 de noviembre) y después ya? ni eso. Nos han metido por los sentidos y nos han vendido -como si se tratara de una fiesta de disfraces inocente y divertida- el Halloween, que ni es inocente, ni es divertida, ni es cristiana, ni es europea, pero? eso os lo cuento en otro artículo.

Hoy quiero hablar de la santidad, que es importante y no ha caducado como quizás penséis algunos. La santidad, que es algo actual y valioso, es atemporal y nada tiene que ver con las modas, porque es llevar todo lo bueno del ser humano a su más alta expresión, a su punto más digno y más alto. Ser santo no es estar en las nubes y convertirse en alguien extraño, etéreo e inaccesible. La santidad no es patrimonio exclusivo de curas y monjas, sino que santo es aquel que se ha tomado en serio el amor y la entrega de la propia vida como Jesucristo, y es coherente hasta las últimas consecuencias: configurarse con Cristo, esto es la santidad. Para los no creyentes que leáis esto os lo traduzco a vuestro lenguaje: el santo es aquel que ha hecho de la bondad y el amor-donación su bandera y, enarbolándola con salero y sin desfallecer, ha corrido su carrera en esta vida y con ella en alto ha llegado al final.

Como veis esto de desfasado tiene poco. Los santos no son unas estatuas que nos ponen en las iglesias y unos personajes con los que algunas veces se denomina una calle, una cátedra o un colegio. Son seres humanos que nos sirven de precedente y a los que conviene mirar de vez en cuando porque nos enseñan muchas cosas de cómo se vive con alegría y comprometidos con el bien. La fiesta de Todos los Santos es para los creyentes el día en que celebramos en bloque a todos los que nos han precedido en este camino de seguir a Cristo y de vivir el Evangelio a tope. Somos lo que somos gracias a lo que ellos fueron, son nuestro presente más vivo, porque sembraron en nosotros -creyentes o no- la genética del amor y de la superación. Nos enseñaron que dentro del interior del hombre hay que librar una batalla contra nuestro egoísmo innato y que es posible vencer. Que hay que pelear cada día por amar y ser buenos, y que la bondad no es una cuestión de suerte o de genética: sino el fruto del duro trabajo que uno realiza dentro de su corazón.

Los santos son el exponente más claro de que Dios, con la pobreza humana y un poco de cooperación, puede hacer virguerías. Con la fragilidad de nuestro barro se puede construir y modelar una vasija desbordante de santidad, o si preferís usar otros términos menos religiosos y más humanos: desbordante de bondad, ternura, veracidad, fidelidad, fortaleza, serenidad, alegría, lealtad, abnegación, justicia, entrega? El santo es aquel que no se cansa nunca de estar empezando siempre y que no se rinde ante el mal, que tiene fe y confianza ilimitadas en Dios y también en el ser humano y en que esta vida es para amar y morir amando.

Por eso los cristianos celebramos su día y no debemos dejar que se eclipse o se deforme el verdadero sentido de esta fiesta. Nuestros santos están vivos -aunque muchos ya sean difuntos-, es el día de todos los que actualmente son santos y viven cerca de nosotros -hombres coherentes y buenos hasta la médula- y también el día de los que queremos llegar a serlo, de los que hemos apostado por este proyecto de vida y andamos ahí peleándolo.

Como veis algo muy vivo, nada de muertos, ni calaveras, ni calabazas, y plenamente actual.

Un abrazo fuerte y hasta el próximo viernes.

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