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Joaquín Rábago

Lo inimaginable

Reconozcámoslo: nos cuesta todavía imaginar que un tipo como Donald Trump pueda llegar mañana a la presidencia de un país, incluso si ese país se llama los Estados Unidos de América.

Nos cuesta imaginar que ese descendiente de alemanes emigrados que vomita ahora toda su bilis sobre los nuevos inmigrantes pueda colocar un día su apellido de triunfador en la fachada de la Casa Blanca como hace con sus yates y sus aviones.

Nos aterroriza pensar que un personaje tan pagado de sí mismo que parece creerse Dios pueda tener al alcance de la mano el botón que permite lanzar un ataque nuclear contra cualquier enemigo, real o imaginado.

Nos entran escalofríos y pensamos en la doctrina de la destrucción mutua asegurada de la Guerra Fría, ridiculizada en la famosa película "Doctor Strangelove", de Stanley Kubrick. Claro que aquella era sólo una película del humor más negro, genialmente interpretada por el proteiforme Peter Sellars, pero lo que puede suceder en Estados Unidos es bien real.

Que un fanfarrón ignorante de todo lo que no sea el mundo de los negocios haya llegado a donde lo ha hecho habla del estado de deterioro y confusión en que se encuentra no sólo el partido que fue de Abraham Lincoln, sino todo el país.

Que un tipo racista, sexista y megalómano esté tan cerca de la Casa Blanca debería llevarnos a reflexionar sobre la calidad de la democracia norteamericana, de sus políticos, pero también de sus medios. Qué respeto debería inspirarnos una nación en la que es capaz de llegar tan alto un mentiroso compulsivo como él.

Alguien que se permite además decir, como si tal cosa, que sólo reconocerá el resultado de las elecciones si es él el elegido.

¿Qué hará si finalmente no gana ese multimillonario sin escrúpulos que tiene el tupé de erigirse en portavoz de todos los perdedores y resentidos?

¿Intentará sacar a la calle, rifle en mano, a todos sus votantes al grito de "Hagamos otra vez grande a América"?

Claro que hay quienes se consuelan pensando que todo en Trump es puro teatro y que, una vez colmada su gran ambición, se comportará como cualquier otro presidente.

Y argumentan que si ha conseguido casi pisar los talones a su rival demócrata, Hillary Clinton, es por el rechazo que inspira también ésta como parte del "establishment" y de la "vieja política".

Rechazo por su condición de mujer y su carácter ambicioso, algo que se le perdonaría, sin embargo, a cualquier hombre, pero también desconfianza, y profunda, por sus estrechos lazos con Wall Street y el "big money".

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