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Un Gobierno en medio de la confusión

Las peculiaridades del nuevo gabinete de Mariano Rajoy

Los gobiernos nuevos, cuando suponen la continuidad del mismo partido en el poder, suelen recibirse sin grandes expectativas. Las que pudiera haber con ese partido ya se han cumplido o defraudado durante el mandato anterior. Los primeros gobiernos nombrados por Suárez, Felipe González, Aznar o Zapatero aceleraron el pulso de los españoles porque inauguraban un ciclo político, con líderes y planes de actuación prometedores. Los siguientes llegaron en un ambiente menos exultante, lo que no tardaría en reflejarse en el balance electoral. Por otro lado, es habitual que el gobierno que se da a conocer sea saludado con parabienes por los partidos y los votantes que lo apoyan, mientras que la oposición se dispone desde ya a ejercer la crítica y el control, según el papel que en principio tiene asignado en cualquier democracia parlamentaria. Hasta aquí, el gobierno presentado por Rajoy se atiene al guión conocido.

Los analistas han destacado que encumbra a su presidente, preserva los equilibrios en la órbita del PP y, por encima de todo, que es continuista. Y, en efecto, llama poderosamente la atención que se haya formado un Gobierno tan parecido al anterior para actuar en un escenario político tan diferente, marcado por el multipartidismo y la ausencia de una mayoría parlamentaria estable. Se supone que un gobierno enteramente renovado era la señal esperada de una inequívoca voluntad de diálogo por parte de Rajoy. Es tarde para hacer la comprobación; en cambio sí podremos verificar si se produce el cambio de actitud ofrecido por el presidente en la última sesión de investidura.

La experiencia española, en particular en estos años de la crisis, confirma la observación de Raymond Aron, uno de los pensadores políticos más lúcidos de la segunda posguerra europea, quien dijo ante sus alumnos que la democracia es el único régimen que incita a los gobernados a protestar contra los gobernantes. Después de vivir la ilusión de un cambio político con cierto entusiasmo, el gobierno de Rajoy pone los pies de la sociedad española definitivamente en tierra. La deflación de todas las expectativas creadas se ha condensado entre diciembre del año pasado y noviembre del actual. Primero fue la frustración provocada por la incapacidad de los partidos del cambio para formar gobierno. Ahora, el gobierno de Rajoy, en el que nadie ha conseguido ver algún detalle estimulante, escribe la realidad política de España con la prosa más sosa.

A mediados del siglo XIX, un poco a contracorriente, Walter Bagehot, periodista de influencia y político derrotado una y otra vez en las urnas, escribió en su obra "La Constitución inglesa" que la función más importante del parlamento consiste en elegir bien un gobierno. Adelantándose a las tendencias de nuestro tiempo, descubrió la clave del funcionamiento eficaz de la democracia británica, lo que llamó "el secreto eficiente", en la alineación de una mayoría parlamentaria con el gobierno. Es lo que permite que la acción de gobierno sea coherente y tenga resultados que puedan evaluarse y por lo que haya a quién pedir responsabilidades. Por eso en la mayoría de las democracias, incluida la española, la iniciativa legislativa es asumida casi siempre por el gobierno. Sólo en uno de cada diez casos, la iniciativa de las leyes aprobadas parte del propio parlamento.

Pues bien, de acuerdo con este planteamiento el Congreso no ha hecho una buena elección. La razón no es que deba considerarse decepcionante la composición del gabinete de Rajoy, sino las condiciones en que habrá de gobernar. El gobierno no está respaldado por una mayoría en el parlamento que asegure siquiera la puesta en marcha de sus políticas. Los portavoces de la oposición auguran a Rajoy, frotándose las manos, "un calvario", "muchas derrotas" y una huelga general. Y de momento es imposible decir qué partidos forman la oposición y cuál es su actitud hacia el gobierno. Ciudadanos y PSOE son requeridos para colaborar en la estabilidad del gobierno, pero no dejan de alentar la posibilidad, ilusa, de concertarse con otros grupos y en materias importantes marcar al gobierno la pauta a seguir desde el parlamento. Podemos aún tiene que definirse. Los nacionalistas catalanes y vascos están a la espera no se sabe bien de qué. Los españoles tienen suficiente historia democrática a sus espaldas para comprender que gobernar en minoría es difícil y que gobierne el parlamento, imposible. De ahí su escepticismo con el nuevo gobierno y con la legislatura en general. La política española necesita claridad.

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