La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

El candidato del odio se sale con la suya

Trump lidera la revuelta contra el establishment basada en el resentimiento de una parte de América

La democracia liberal de Estados Unidos ha sufrido el populismo como el paso de un devastador tornado cuyas últimas consecuencias son aún imprevisibles para la salud americana y del resto del mundo. Por lo pronto, el 20 de enero de 2017 el país dirá adiós al primer presidente afroamericano de su historia, un político íntegro y digno, de espíritu generoso, porte y oratoria elegantes, para ser testigo de la llegada al Despacho Oval de un promotor inmobiliario zafio, chapado en oro, estafador y demagogo que ha construido su discurso sobre la mentira, la supremacía blanca, la xenofobia, la arrogancia de las élites, el desprecio a la mujer, apostando por una retórica que reclama la sangre y la tierra por encima de los derechos civiles esenciales y el bienestar social. Un tipo repugnante que más bien parece salido del nacionalismo europeo de última hora que del conservadurismo norteamericano de siempre.

Alguien dirá que Donald Trump ganó gracias a los votos de los blancos excluidos o sin título universitario víctimas del desmoronamiento que diría George Packer. No hay tantos para eso en un mismo segmento. Su triunfo habrá que buscarlo, sin embargo, en la tendencia populista global producto de la crisis y de la confusión que se extiende por el mundo, de derecha e izquierda, como si se tratara de una pesadilla. El precedente inmediato europeo se encuentra en el Brexit.

Pero también es necesario referirse al cúmulo de errores de sus adversarios políticos. En concreto, Hillary Clinton, una candidata antipática y ensombrecida por los manejos de su marido, encarna muchos de los vicios del establishment que vino manejando Trump como argumento entre la numerosa tropa que ha sucumbido al sueño a voces de una América más grande que consiste en menos impuestos y más armas. Se equivocó el Partido Demócrata: si la diatriba del contrincante es el gangsterismo no se puede poner en frente de ella como diana fácil a Tony Soprano, aunque el que alimente la denuncia sea Al Capone. Se equivocaron los republicanos que, en vez de utilizar una estrategia más hábil para desprenderse de Trump, le retiraron su apoyo de manera que le sirvió de coartada frente a los electores. Y aún es demasiado pronto, aunque los indicios resulten más que inquietantes, para ver hasta donde pecaron de ingenuos los que decidieron darle su confianza a un líder de la astucia, un demagogo que lee en las ondas del resentimiento pero promete algo que jamás será capaz de cumplir, invocando los más dudosos valores americanos.

La de Donald Trump, que pronto empezará a reconsiderar la irrealidad del compromiso destructivo de su campaña, es una revuelta contra el establishment basada en el odio de una América que se cree ninguneada por otra y reforzada por las grietas de la desigualdad en la primera democracia del mundo.

Pero por ese mismo motivo, por tratarse de la primera democracia y no de Filipinas, el denostado establishment, que ha sufrido un golpe inesperado, se levantará de él y pondrá nuevamente sus condiciones a la presidencia. Aunque los republicanos controlan las dos cámaras, el programa de Trump está lejos del de la mayoría en el Capitolio. Existe, eso sí, otro tipo daño irreparable: la vulgaridad sin límites, el deterioro de las normas democráticas y el desprecio por el Otro del ganador invitan al sufrimiento del ciudadano decente.

El riesgo de contagio exterior ya casi apenas existe porque el populismo, su inconsistencia y su furia irracional se han extendido lamentablemente como la peor de las epidemias posibles para la humanidad.

Compartir el artículo

stats