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Laviana

Más allá del Negrón

Juan Carlos Laviana

Sánchez-Ocaña y las víctimas del edaísmo

Aumenta la discriminación por razón de edad, mientras la generación del "baby boom" empieza a jubilarse

Las mujeres son víctimas del machismo. Las minorías raciales o étnicas, del racismo. Los extranjeros, de la xenofobia. Los homosexuales, de la homofobia. Los parias, del clasismo. ¿Y los viejos? ¿No sufren esta exclusión social? Claro que la sufren y cada vez más. Los angloparlantes ya han bautizado este tipo de discriminación: ageism. Edaísmo, en su traducción directa.

No es broma. Seguro que ya se han tropezado con la palabreja por ahí. Ya, a mí tampoco me gusta. ¿Cómo podríamos llamarlo si no? Se me ocurre: Discriminación por razón de edad, pero es demasiado largo; viejismo es feísimo; senofobia, por lo de senior, podría confundirse con otras fobias; yayismo queda más actual, pero demasiado frívolo para un fenómeno tan grave.

Ha despertado mi interés el nuevo libro del ovetense Sánchez-Ocaña. Los de cierta edad seguro que le recuerdan: aquel presentador que sabía más de medicina que los médicos. El de más vale prevenir? ese. "¿Viejo yo?" es el título de su último trabajo, recién publicado por la editorial Arcopress. El periodista y divulgador ha escrito un muy alentador "manual" para combatir la mala prensa que tiene la madurez. Ofrece un dato estremecedor: solo un dos por ciento de nuestros ancianos ve la vejez de forma positiva. Qué lejos queda aquello de "la familia que tiene un anciano tiene un tesoro".

No es de extrañar que los viejos se depriman. Cada vez se retrasa más la vejez biológica y se anticipa la vejez social. Cualquier de 50 que busque trabajo lo sabe bien. Vivimos en un mundo donde se idolatra la juventud como un valor supremo, un "divino tesoro", como se decía antes. Tenemos la creencia de que lo joven es lo mejor, decía hace poco el digital Poynter, especializado en medios. Nos deslumbra que los actuales dueños del mundo, a la edad de repartir periódicos, se auparan a la cumbre desde el garaje de su casa. Zuckerberg creó Facebook con 23, Steve Jobs ya era multimillonario y portada de Time con 26, y Bill Gates había fundado Microsoft antes de los 20.

Muchos empresarios sostienen de forma despectiva que no quieren en sus oficinas operarios que "impriman los e-mails". Argumentan que prefieren contratar milenials con la excusa de que son más diestros con las nuevas tecnologías, o de que conectan mejor con los segmentos más jóvenes de la población. Siempre quedará la duda de si no será porque cuanto más bisoños, más baratos.

A los mayores ya no se les puede considerar una minoría. Al contrario, en España -y en Asturias, aún más- van camino de ser mayoría. Los datos son escalofriantes. Casi 20 millones de españoles ya no cumplirán los 50. El sistema de pensiones está apunto de quebrar si no ha quebrado ya. Anteayer titulaba este periódico que Asturias perderá en diez años 87.000 personas en edad de trabajar.

No nos extrañe que luego sean los seniors quienes votan a Trump, quienes se muestran a favor del "Brexit" o quienes distorsionan las elecciones en España, como se quejaba hace bien poco una líder de Podemos. Pero, ojo, que también son los que animan la economía, los que más se dejan en los bares y los restaurantes, los que sostienen los supermercados. No lo digo yo. Lo decía un reciente estudio de Kantar Worldpanel, que apuntaba a este segmento de potenciales consumidores como uno de los más prometedores para las grandes marcas.

Lo alarmante es que no estamos hablando de un fenómeno nuevo. Hace mucho tiempo que se veía venir que a la generación del "baby boom" le llegaba la hora de jubilarse. No se ha tomado ni una sola medida eficaz para paliar las consecuencias de esta avalancha. ¿Alguien recuerda algún incentivo para la natalidad? Es más, la mayoría de los empresarios, y el propio Estado, promueven prejubilaciones cada vez más adelantadas -cuando debían estar penadas- y siguen obsesionados con rejuvenecer sus plantillas a precio de saldo. Es cierto que los viejos bloquean la carrera profesional de los jóvenes, pero habrá que buscar una solución para unos y otros. Y no vale enviar a los jóvenes a estudiar y a los viejos a vegetar. Trasladar el problema a mañana es hacer trampa, porque dentro de nada será hoy.

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