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Reflexiones de bebés anónimos

Rosa y azul

Pongamos que tengo 10 meses; mi nombre lo diré al final para no desvelar lo que quiero contaros.

Entremos en el asunto. He descubierto, con enorme alegría, que mi madre es una gran investigadora. Y he tenido la suerte de colaborar en sus descubrimientos.

El momento crucial en el que me di cuenta de ello ocurrió una tarde en la que mi madre, después de vestirme de un color que podría considerarse igual de niño que de niña, me susurró: "Hoy tú y yo vamos a realizar un importante experimento". De inmediato me contagió el tono enérgico y decidido de sus palabras.

Nada más salir a la calle, la paró una conocida a la que no veía desde antes de que naciera yo. La señora la saludó afectuosa, la felicitó por su maternidad y le preguntó si yo era niño o niña. Y aquí empezó el experimento. Mi madre le contestó, sin dudar, que era un niño. La conocida, observándome con ojos expertos, aseguró: "Se nota por las manos tan fuertes que tiene y por esa energía que irradia. Es todo un machote. Seguro que va a ser un gran deportista".

Al poco de despedirnos de aquella avezada conocedora de bebés, nos paró un señor que también hacía tiempo que no se encontraba con mi progenitora. Y repitió la misma, justo la misma pregunta que la persona anterior, esto es, si era niño o niña. Mi madre me guiñó un ojo y le contestó que era una niña. Y el hombre, también experto en bebés, me miró con ojos blanditos y soltó: "Se nota que es una niña, por la carita tan suave, las manos tan delicadas y la dulzura de su mirada". Dijo más cosas de las que ya no me acuerdo, pero parecía que estaba discurseando sobre las características de un empalagoso pastel.

El experimento siguió su curso. Mi madre se paró con diez o doce personas más. A unos les decía que era una niña y a otros que era un niño. Los que me veían como un niño expresaban argumentos similares a los de la primera experta. Los que creían que era una niña sacaban a relucir las conclusiones pasteleras del segundo entrevistado.

En resumen, desde que nacemos nos ponen la etiqueta de cómo deben ser los niños y de cómo deben ser las niñas. Es como si al vestirnos de rosa o de azul quisieran vestir también nuestras mentes de esos colores.

Yo, al igual que mi madre, me niego desde ahora a que me uniformen de viril machote azul o de que me emperifollen de empalagosa dulzura rosa. No, no permitiré que coloreen mi mente de rosa o de azul. Os lo aseguro.

Ah, mi nombre es Julián.

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