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Chispazos

De ilusiones

El sentimiento de una madre cuando recibe la visita de su hija o de un trabajador cuando aspira a que le suban el sueldo

A mi madre no le gustan las sorpresas. Si apareciera en casa sin avisar, a lo hijo pródigo del anuncio de El Almendro, se pondría a llorar pero no sólo de alegría. Yo la entiendo, porque de pequeña disfrutaba ya un mes antes de que llegaran los Reyes Magos por el mero hecho de saber que vendrían. La información es poder y en muchos casos, ilusión. Cada noche tachaba un número del calendario saboreando con nerviosismo creciente la proximidad de la visita. Es lo mismo, sin ser yo maga. Cuando el retoño vive fuera de las faldas maternas produce el mismo efecto mágico en su llegada al hogar. Si la aviso con antelación le regalo días de ilusión. Es lo que llamaríamos los preliminares. Así que en lo que a mis visitas hogareñas se refiere voy calentando el horno.

Como lo de "salud, dinero y amor" no hay quien lo empaquete, suelo llegar con un décimo de lotería bajo el brazo. Y porque creo que el trío está sobrevalorado. "¿Qué vas a pedir este año?" Y yo digo: " Ilusión". Que lo dicen los expertos, los que levantan el boli del recetario, que sin ganas de vivir no hay Dios que nos cure. Y el amor, ya se sabe, a veces desilusiona. El dinero... no es que dé la ilusión, casi es más la ilusión por tenerlo.

A mi amigo se la han robado. A mi juicio ya le robaban cada mes, porque aspira a ser mileurista y ni eso puede a sus cuarenta y tantos, con una jornada de ocho horas más extras, que de pagarlas ni hablamos, ya se sabe, no haber querido ser periodista, que eso es vocacional y el que disfruta con lo que hace, ajo y agua, haberte metido a cajero.

Hace tres años que pidió por primera vez un aumento de sueldo. Por eso de salir de la precariedad laboral cuando la empresa se está forrando. Qué osadía, debieron pensar. Pero le emplazaron a seis meses, "que la profesión está ahora muy mal, ya sabes, con la crisis". Llegado el momento le emplazaron otro año, "espérate a la nueva temporada, que ya sabes, es mejor para negociar a primeros de septiembre". Y así, haciendo malabares para llegar a final de mes, iba como la lechera con el cántaro a la fuente, soñando con los mil euros que le hicieran respirar. En el último plazo le dieron un "no" rotundo como respuesta. Y por no dar no dieron ni explicaciones. Se cansaron de jugar, se acabó la espera. "Hubiera aceptado una subida simbólica", me contaba abatido. Lo noté más disgustado por lo implícito que por la cuestión monetaria. "¡Me han robado la ilusión!". Que era con lo que llegaba a final de mes y se levantaba cada mañana. Yo espero que se le pase el disgusto, entre un día de estos por la redacción ovetense pintado con los colores de la bandera y emule a Mel Gibson en Braveheart: "Podréis robarme la ilusión, pero jamás me quitaréis... ¡la dignidaaaad!".

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