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Sol y sombra

Lágrimas de cocodrilo para el Caimán

Murió el Caimán de La Habana quizás tarde pero a tiempo de ser despedido con lágrimas de cocodrilo por los que superponen su simbólica figura revolucionaria a la desdicha de un pueblo condenado por él mismo a la indigencia y la privación de la más elemental libertad. Murió Fidel Castro, aunque seguramente ya estaba muerto desde el día en que cambió el uniforme verde oliva por el chándal y, como escribió Guillermo Cabrera Infante, después de arruinar a su país, hacer de la vida una miseria para sus compatriotas, fracasar en todas sus empresas desde la vaca sagrada que da leche y miel hasta su expedición africana de los 300.000 que lucharon y murieron por una causa desconocida. Después de forzar a más de un millón y medio de cubanos al exilio, y ser el paradigma de las calamidades con la peregrina excusa de resistir frente al gigante capitalista. Tras haberse convertido en una patética e irrelevante caricatura de él mismo, Castro entregó la cuchara.

El mismo Cabrera Infante, que no vivió lo suficiente para verlo, se preguntaba qué sostenía en el poder a un personaje acorralado que, al igual que James Cagney en "Al rojo vivo", desafía al mundo, dispuesto a volarse a sí mismo junto a una bombona de butano. Probablemente no sólo la Seguridad del Estado, las Brigadas de Acción Rápida, los Comités de Defensa de la Revolución y la propia resignación del pueblo cubano. Posiblemente también la retórica quintacolumnista planetaria de muchos de los que lamentablemente le consintieron lo que no se le consiente a ningún otro dictador, y ahora firman indulgentes necrológicas amparadas en el determinismo histórico. No sé si la historia lo absolverá como él mismo dijo, pero la que compete a la libertad y los derechos humanos le ha reservado un lugar en sus sentinas.

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