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Orinalito

Pongamos que me llamo Laura y que tengo 19 meses.

Constato a diario que los adultos son muy difíciles de entender, aunque yo me esfuerzo en descifrar sus extraños comportamientos. Un día me trajeron un cacharro que me mostraron con verdadero entusiasmo. Se trataba de un utensilio que ellos llamaban orinal, aunque enseguida lo nombraron en diminutivo, orinalito. ¿Y sabéis para que servía aquel artefacto? Pues, amigos míos, era para que yo depositara en él mi pis y mi pos (os aclaro que el pos es la caca). Tardé tiempo en conseguir el resultado apetecible (la verdad es que no sé si es correcto decir "resultado apetecible"). Cuando lo conseguí, la fiesta que se armó fue impresionante. Hubo aplausos, regocijo, risas, alboroto, lágrimas de alegría, grabación en vídeo, felicitaciones y hasta creo que vinieron extranjeros a darme la enhorabuena. Si llego a saber que les iba a producir tanto alborozo, hubiera intentado hacer mucho antes aquellas deposiciones. Y las felicitaciones y el jolgorio continuaron cada vez que les mostraba el orinalito con mis cositas.

Por eso no comprendí lo que ocurrió una noche en la que mis padres me acostaron un poco antes de lo acostumbrado, pues habían invitado a cenar a una persona muy importante para mi madre: a su "mandamás", creo que dijo.

Yo estaba en mi cuna y no podía dormir porque tenía ganas de... ya sabéis. Llamé a mi madre. Un tanto nerviosa, me sentó en el orinalito y se fue asegurándome que enseguida vendría a atenderme. Aquella noche hice un pis y un pos más "apetecible" que el de otras ocasiones. Estaba segura de que si lo enseñaba me llevaría una ovación apoteósica. Así que, sin pensarlo más, cogí aquel depósito de alegrías y fui hasta donde se encontraban mis padres y sus invitados. Mi madre estaba de espaldas y no me vio llegar, pero la invitada sí. Y fue la primera a la que mostré orgullosa mi obra de arte. Para mi sorpresa, puso una inexplicable cara de asco, retrocedió y grito algo así como "¡puaaag!" Mi madre se dio la vuelta, vio lo que sucedía y, rápida, nos sacó de allí a los dos trastos: al recipiente ocasionador de la repugnancia y a una servidora. No hubo ovación, no hubo contento, no hubo algarabía: sólo rostros severos. Como estaba muy inquieta, mi madre me llevó con ella a la sala. Todos guardaban un expectante silencio y me observaban con cautela. Yo estaba compungida, a punto de estallar en llanto, cuando ocurrió algo inexplicable: la mandamás de mi madre me miró a los ojos y? empezó a reírse a carcajada limpia. Hubo contagio general. Yo también me reí, pero no entendí nada. Y, la verdad, sigo sin entenderlo.

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