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Fuera dogmas

La malparida LOMCE de un tal Wert era intocable para un PP con mayoría absoluta y es "sustituible" para el mismo partido con mayoría relativa. Derogar o sustituir, qué importa. Desde los albores de la Filosofía, el relativismo es lo contrario del dogmatismo. Nace de la duda y avanza con el diálogo y la confrontación de opiniones. Bien lo sabe el Vaticano, que apoya en el dogma buena parte de su doctrina y condena el relativismo como origen del mal. Fue una de las ideas fijas de Benedicto XVI, oportunamente "relativizada" por Francisco. La Moncloa de la mayoría absoluta (peligroso adjetivo) era vaticanista a la antigua usanza, es decir absolutista. Menos mal que ha perdido el poder dogmatogénico.

La política educativa ha caído en picado al ritmo irracional de sus muchas regulaciones legislativas. La que despertó mayor esperanza fue la nonata de Ángel Gabilondo, alguien que piensa, sabe y propicia el debate en positivo. Por fin, las fuerzas del Congreso llamadas constitucionalistas empiezan pactando la supresión de las reválidas -un clamor social- pero les queda mucho tajo sustitutivo. Fracaso escolar, exceso de deberes que en parte lo motivan, reciclaje continuo del cuerpo docente público y privado, inversión en equipamientos de I+D, idoneidad del método y planes de choque para que las universidades no sigan humillándonos como excluidas o colistas de los rankings internacionales de calidad, son algunos de los puntos a transformar.

El ministro Méndez de Vigo repite la llamada a un "gran pacto de Estado" por la educación. Probablemente sea el camino, como también el de la sustitución de la ley de Reforma Laboral, la Ley mordaza y demás abortos absolutistas, incluida la cerrazón a revisar la Constitución de 1978, la más larga de cuantas ha tenido el país. Los pactos interpartidarios dieron estabilidad a la transición y el crecimiento democrático pero, por fortuna, nada es eterno. Los cambios del siglo exigen una actitud análoga para los nuevos pactos, bloqueados por las mayorías absolutas. La revisión educativa es el inicio de una política sana. La laboral ha empezado mal, pero puede ser reconducida sin resabios de poder absoluto, pura anomalía en los tiempos que vivimos.

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