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Latidos de Valdediós

La esperanza

Estamos en una época del año, el Adviento, que es especialmente preciosa e ilusionante. Para los no creyentes esto puede sonar a chino. Os explico: el Adviento es el tiempo que en la Iglesia dedicamos a prepararnos espiritualmente para las celebraciones del Nacimiento de Cristo, que es la Navidad. Son cuatro semanas intensas y muy hermosas que se caracterizan principalmente por ser un tiempo de espera y de esperanza. Y de esto último pretendo hablar ahora.

El Diccionario de la Real Academia de la Lengua española define así la esperanza: "estado de ánimo que surge cuando se presenta como alcanzable lo que se desea." Con todos los respetos al diccionario, he de decir que me parece una definición paupérrima: ¿un estado de ánimo? ¡¡No!! La esperanza no puede ser algo tan frágil y voluble como un estado de ánimo. La esperanza es una actitud continuada y firme, hacia algo o alguien de quien estamos pendientes y en quien posamos nuestra mirada y nuestras aspiraciones. La esperanza es el pórtico de la confianza y la confianza es esa esperanza revestida de amor. La confianza es la esperanza llevada al terreno de las relaciones interpersonales: si yo confío en alguien es porque tengo esperanza en esa persona.

Y ¿qué pretendo con todo este rollo de definiciones? Pues? expresaros lo que yo entiendo por esperanza y cómo intento vivirla. Cuando escribo estas parrafadas intento no ser demasiado monjil para no aburriros, pero lo cierto es que soy una monja y hablar de la esperanza hace inevitable mencionar mi fe cristiana, porque mi esperanza está en Dios. Nada ni nadie en este mundo merece mi confianza y mi esperanza como Dios, y más en esta época previa a la Navidad.

La esperanza es una postura del corazón que fija sus deseos y sus anhelos en algo o en alguien y ahí descansa. La esperanza no es positivismo, tampoco optimismo hueco de baratija? eso se desploma con el primer vendaval adverso que nos azota en la vida. El optimismo y el pesimismo son extremos e indican simplemente que las personas somos frágiles y nos cuesta centrarnos en la verdad. No es bueno ser pesimista ni optimista, es bueno ser realista: mirar la vida con serenidad, desde la aceptación de la realidad, sin disfrazarla ni deformarla con gafas de optimismo o de pesimismo. Y desde ese sano realismo? abrazar la vida con esperanza.

La esperanza es un cimiento vital: ¿dónde o sobre qué construyo yo mi vida?, ¿en quién o en qué pongo yo mi esperanza?, ¿qué espero de verdad en la vida?, ¿cuáles son mis anhelos más íntimos y profundos?, ¿qué hace brincar mi corazón? Mirad: la vida es una gran escuela y últimamente estoy recibiendo un cursillo intensivo de relativizar, de distinguir entre lo sólido y lo efímero, entre lo estable y lo pasajero, entre lo temporal y lo eterno. Os recuerdo que el tiempo que tenemos de vida es breve y no podemos malgastarlo en tonterías y sin ser felices. La vida es muy corta y no podemos poner nuestra esperanza en lo que no es sólido y se acaba, sino en lo que es estable e imperecedero.

Como creyente yo lo tengo claro: mi esperanza depositada en Jesucristo, que no defrauda y permanece en medio de mis oscuridades, en mis cansancios, en mis traiciones, en el dolor, en la muerte de aquellos que más amamos? Y eso me permite afrontar la vida desde el realismo y siendo consciente de lo que me rodea y hacerlo con fuerza, con ganas, con alegría? Aunque a veces las situaciones o el dolor nos cerquen por todas partes, yo quiero tener esperanza en Dios y en su Palabra. Estamos en Adviento, tiempo de espera y de esperanza.

Un abrazo fuerte y hasta el próximo viernes.

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