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Hugo Obermaier

La extensa trayectoria del autor de "El hombre fósil"

Hugo Obermaier publicó en 1916 la primera edición de su libro "El hombre fósil". Hubo una segunda, refundida y ampliada, en 1925. Consta de diez capítulos en los que se ofrecen los resultados de la investigación acerca de los eolitos en el período terciario; el glaciarismo, la fauna, la flora, los restos óseos humanos y el arte del cuaternario; el epipaleolítico, el preneolítico, al que habría pertenecido el asturiense, y el protoneolítico. Y se mencionan aquí sólo estos temas, porque sería imposible enumerar todos los que se abordan en el libro, rebosante de fechas, lugares, gráficos, reproducciones, sugerencias, interpretaciones y fuentes bibliográficas, cuya profusión no ha constituido óbice para que el autor clausurase la obra con este colofón: "La humanidad se asemeja a un árbol gigantesco muy viejo, en el que las ramas más recientes representan únicamente las culturas de la Antigüedad clásica y de nuestros tiempos. De su tronco no tenemos más que conocimientos fragmentarios, y sus raíces se pierden del todo en las profundidades de lejanos períodos geológicos".

Existe una edición facsimilar de la de 1925, preparada por José Manuel Gómez-Tabanera, profesor de la Universidad de Oviedo, con consideraciones introductorias suyas y de Hans Georg Bandi, Guillermo López Junquera y Emiliano Aguirre. Apareció en 1985. Por otra parte, Alfonso Moure Romanillo, profesor de la Universidad de Cantabria, coordinó un volumen de homenaje a Hugo Obermaier, en el cincuentenario de su fallecimiento, con el título "El hombre fósil. 80 años después". Es de 1996.

Hugo Maximilian Joseph Obermaier Grad nació el 29 de enero de 1877 en Ratisbona, en donde cursó estudios de Enseñanza Primaria y Secundaria, y, en la Hochschule que después sería Universidad de Ratisbona, la especialidad de Filología. Lo atrajeron poderosamente, ya desde su adolescencia, la Prehistoria y la Numismática. Deambulaba por los alrededores de Ratisbona buscando objetos prehistóricos, y llegó a poseer una buena colección de monedas romanas, que donó a su ciudad natal cuando decidió entregarse por entero al estudio de los orígenes de la humanidad.

Sintiéndose llamado al sacerdocio, entró en el Seminario diocesano. Fue ordenado por Ignatius von Senestréy, el 10 de junio de 1900, y enviado a ejercer el ministerio en Moosham, primero, y Arnschwang, después. Fue por entonces cuando conoció al sacerdote, antropólogo y prehistoriador Ferdinand Birkner, de Múnich. A su lado, Obermaier vio con claridad que lo que realmente deseaba era dedicarse a la Prehistoria. Ya en 1897, antes de ordenarse, había trabajado, como ayudante, con J. Fraunholz en el yacimiento magdaleniense de Kastlhänghöhle, en el bajo Altmühltal. Los resultados de la excavación fueron publicados años más tarde, en 1911, como obra de los dos arqueólogos.

En 1901 obtuvo permiso eclesiástico para matricularse en la Universidad de Viena. En esta ciudad, la Compañía de Jesús, las Hijas del Divino Amor y la Sociedad del Sagrado Corazón de Jesús lo proveyeron de los medios que precisaba para vivir y estudiar. Se inscribió en cursos de Arqueología prehistórica, Geografía física, Geología, Paleontología, Etnología, Filología alemana y Anatomía humana, y tuvo de profesores a M. Hoernes, A. Penck y K. Toldt. El joven Obermaier no perdía el tiempo, pues, además de frecuentar la Universidad, realizaba trabajos en el Museo de Historia Natural de Viena, y, en vacaciones, visitaba lugares de interés científico en Austria, Alemania, Bohemia, Moravia, Hungría, Suiza, Italia y Croacia.

En julio de 1904 defendió su tesis doctoral sobre "La expansión humana por Europa central en la Edad de Hielo". Fue en ese mismo año, durante una estancia prolongada en París, cuando conoció al abate Henri Breuil, con el que entabló una gran amistad. Los unía la pasión por la Prehistoria. Los trabajos arqueológicos que desarrollaron juntos fueron extraordinariamente importantes. En 1906, Breuil y Obermaier participaron en el decimotercer Congreso de Antropología y Arqueología Prehistóricas, que tuvo lugar en Mónaco. Allí iniciaron una fructífera relación con el príncipe Alberto I, quien designó a ambos sacerdotes para que condujesen las campañas de las que él fue mecenas en el Norte de España antes de que estallase la Primera Guerra Mundial.

La contienda de 1914 obligó a Hugo Obermaier a refugiarse en nuestro país. A instancias del sacerdote y arqueólogo Jesús Carballo, el Conde de la Vega del Sella lo acogió en su casa de Nueva de Llanes, teniéndolo por uno más de la familia. Según refiere Obermaier en "El hombre fósil", el descubrimiento de las cuevas de Coberizas (cerca de Posada de Llanes), Las Mestas (cerca de Las Regueras) y La Peña de Candamo, fue obra de ambos. En el de esta última intervino también Paul Wernert.

Cuanto se ha dicho aquí acerca de Obermaier es una minucia en el conjunto de su extensa trayectoria vital como arqueólogo, prehistoriador, antropólogo y académico. En algunas enciclopedias se le atribuye el hallazgo de la Venus de Willendorf, aunque también J. Bayer y J. Szombathy reclamaron para sí el privilegio de ser sus descubridores. Como quiera que hubiese sido, el prestigio de Obermaier en el área de la Prehistoria es universalmente reconocido, como acredita el hecho de que se haya erigido en su memoria y para proseguir su obra la "Sociedad Hugo Obermaier para el estudio de la Edad de Hielo y la Edad de Piedra", con sede en Ratisbona. Falleció el 12 de noviembre de 1946 en Friburgo de Suiza.

Hugo Obermaier fue uno de esos sacerdotes que, en los albores del siglo XX, trazaron los surcos por los que luego proseguirían los trabajos de investigación acerca de los orígenes de la historia humana, hoy tan avanzados en virtud del instrumental tecnológico. Aquellos eclesiásticos, aun cuando apenas disponían de otros recursos que no fuesen sus particulares habilidades intelectuales y manuales, han legado a la posteridad científica un acervo de hallazgos, publicaciones, apuntes, dibujos, fotografías, protocolos y diarios, que constituyen la base de cuanto se ha construido después. Gozaban de una sólida formación en lenguas. Sabían ver, leer e interpretar. Y amaban. Al ser humano y su entorno, obra de Dios Creador.

Hay una foto en el grandioso hall de la cueva de El Castillo, en Cantabria, en la que aparecen Nelson, Wernert, Obermaier, Burkitt y el célebre jesuita Teilhard de Chardin. Y una frase pronunciada por este último, esculpida en un monolito conmemorativo que se alza delante de la entrada, dice así: "En mí permanecerá el recuerdo de los admirables vestigios arqueológicos conservados en lo más bello del país". Y eso mismo es lo que le sucedía a Obermaier cuando evocaba los días transcurridos en Asturias, sus acogedoras gentes, el aroma de la tierra, la policromía de sus espesuras, la apacibilidad de los pandos, la faz lactescente de los Picos de Europa, los caprichos del karst, la adustez de las cuarcitas, los efluvios del petricor y los camarines recónditos en los que ignotos antepasados devenían huéspedes íntimos de Aquel que es próvido Señor del oscuro y silencioso Universo.

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