Enredado en su propio calendario, al PSOE se le va el año que acaba de comenzar. Entre comités y congresos de distintos ámbitos, los asuntos orgánicos serán una constante hasta el otoño próximo. El cónclave todavía sin fechar es la prueba de que el ritmo interno responde al interés de los rescatadores en conseguir las mejores condiciones objetivas para orientar el futuro del partido. Sin conferencia política ni otros entretenimientos previos, la aparente dilación responde sólo al desarrollo de unos plazos fijados de antemano. Ahora estamos en la convocatoria del comité federal, que deberá convocar al comité federal, que convocará el congreso, que se celebrará dos meses después.
Mientras discurren los plazos, urge proceder a ciertos ajustes internos en un intento de garantizar que las cosas salgan como deben. El asunto más crucial es definir si los 17.000 socialistas catalanes tendrán o no voto para elegir a la futura cabeza del partido. Persiste la tentación de dejar fuera de juego a una fuerza crítica arriesgándose a un complicado desgarro. La exclusión del PSC es una manera de hacerse trampas a sí mismos en el juego solitario en el que está inmerso el PSOE tras abrir paso a Rajoy. Y delata una conmovedora candidez en estos tiempos de triunfo de lo improbable.
