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Xuan Xosé Sánchez Vicente

La (r)evolución pendiente

El proceso precongresual del PSOE

Releo "Federico Sánchez se despide de ustedes", el texto en que Jorge Semprún Maura noveliza, entre otras cosas, los años en que fue ministro de Cultura con Felipe González Márquez (1988-1991). Coincide ese período con la caída del muro de Berlín y la evidencia de la ruina del sistema socialista o, de otro modo, de los países del "socialismo real". Pues bien, desde su experiencia como miembro del comité central del PCE, su trabajo en la clandestinidad y, previamente, su lucha en la resistencia francesa y su internamiento en Buchenwald, Semprún realiza algunas consideraciones sobre la "ideología" tradicional de la izquierda, su práctica y su discurso, la que pasa por Marx y Lenin y pretende la conquista del Estado para implantar una sociedad sin clases y una nueva realidad. Esto dice: "desde que Carrillo me hizo expulsar en 1964 del partido comunista por crimen de revisionismo, sé a qué atenerme. Sé que se considera de derechas ceñirse a la realidad, analizarla rigurosamente, condición preliminar a toda voluntad seria de reforma y de transformación. En cambio, ser de izquierdas consiste en proclamar de manera voluntarista y dogmática la ruptura social, el salto adelante. O mejor dicho, en el vacío".

Analizando el triunfo electoral del PSOE y su política transformadora destaca que Felipe González "ha tenido la virtud de comprender las necesidades de la realidad. Ha dado un viraje hacia la realidad desde antes de la toma del poder, y no un viraje hacia la derecha. Por fin un partido de la izquierda del sur de Europa iba a ganar las elecciones para gobernar la realidad del presente, transformándola, en vez de reinar impunemente sobre la ilusión de un porvenir". Ahora bien, ese giro felipista, esa adecuación a la realidad, no era compartido por el partido y por el sindicato afín más que parcialmente (tal vez, digo yo, sólo en la medida en que el triunfo proporcionaba beneficios a los de casa), y esa facción no era capaz de entender que la caída del muro de Berlín suponía (demostraba) el fracaso del socialismo y venía a reforzar la socialdemocracia europea.

De ese modo, y en vísperas del XXXII congreso del PSOE, se enfrentaban dos tendencias: "Una corriente, en primer lugar, socialdemócrata moderna, que asumía las realidades de la economía de mercado, que se proponía reorientarlas -aun a sabiendas de que eran irrebasables, por lo menos dentro del modo de producción predominante a escala mundial, cuyos infinitos recursos había demostrado el estrepitoso y sangriento fracaso de la experiencia soviética-, que pensaba, en cualquier caso, que sería imposible elaborar una nueva estrategia de izquierdas sin aceptar hasta sus últimas consecuencias la lógica del mercado, para dominarla". Y una segunda, de larga tradición en el partido socialista, que personificó en los años treinta Largo Caballero, que califica de "oportunista de izquierdas", "oportunista en el sentido de que, sin una línea clara, tiene la tentación de situarse siempre retóricamente a la izquierda de la izquierda, con rasgos populistas y demagógicos".

En opinión de Semprún el XXXII congreso era el momento adecuado para realizar una modernización del partido o, si se quiere, un asiento definitivo en la realidad. Pero Felipe González no quiso dar la batalla, dejó que el partido siguiese dominado por el discurso voluntarista y dogmático del pasado, mitológico podríamos decir, mientras reservó para el Gobierno el trato con la realidad desde las condiciones mismas de esta.

No tendrá mucho que cavilar el lector para ver que, grosso modo, esa es la situación que vive hoy el PSOE (y una parte de la izquierda europea): una facción, asentada en la realidad del mundo -no en su aceptación tal cual, forzosamente-, la facción socialdemócrata; y otra asentada en el ensueño, en la "ideología" (es decir, en una visión falsificadora y alienante del mundo) o, por decirlo con las palabras de Semprún, los que creen que "ser de izquierdas consiste en proclamar de manera voluntarista y dogmática la ruptura social, el salto adelante. O mejor dicho, en el vacío".

Ya no se trata de que exista hoy un ala izquierda y un ala derecha dentro del mismo partido (de la misma visión del mundo y de semejante programa), como pudo existir en el pasado. Porque la experiencia real del socialismo nos ha enseñado que no hay una tercera vía entre la socialdemocracia -la democracia-, y la dictadura socialista. Y, sin embargo, la fe sigue haciendo que muchos nieguen la realidad de la evidencia histórica. "Yo no soy socialdemócrata", decía hace poco con total seriedad la periodista Eva Llarandi, "soy socialista", como si ese país nefelibático pudiese tener algún lugar más que en el sueño de la razón.

(Por cierto, las palabras de la dama, por vacías de significado, me recuerdan aquellas otras de don Gaspar Llamazares preguntado por la dictadura cubana: "Cuba no es una dictadura, es otra cosa, es una revolución". ¡Bendita sea la lengua, que todo lo permite!).

No hace falta decir que, al margen de rivalidades y de intereses personales, quienes militan en la facción tradicionalista lo hacen, en la mayor parte, de buena fe. Es difícil, además, que puedan ver el mundo de otra manera. Como en todas las fes, intervienen en su actitud condicionamientos básicos del cerebro, la necesidad del córtex prefrontal de encontrar explicaciones totalizadoras, así como señalar el bien y el mal; el papel de las partes antiguas del cerebro en alertarse ante el enemigo. De modo que se puede sentir uno socialista-socialista sólo con emociones, aun sin conocer el objetivo del programa máximo del partido (encerrado hoy, por cierto, bajo siete llaves, como el sepulcro del Cid): "la completa emancipación de la clase trabajadora; es decir, la abolición de todas las clases sociales y su conversión en una sola de trabajadores, dueños del fruto de su trabajo, libres, iguales, honrados e inteligentes". Lo cual, por cierto, nos podría llevar a la consideración del atractivo que para las mismas mentalidades supone Podemos, pero eso es materia de otras reflexiones.

Lo que sí podrían decir algunos socialistas ante los actuales barullos precongresuales es aquello mismo que don Belarmino Tomás, pocos días después de haber pronunciado su nunca olvidado "no miréis al mar", y horas antes de embarcar en El Musel, pronunció al abandonar su despacho en lo que es hoy la Plaza del Parchís xixonesa, mirando para un retrato de Carlos Marx que presidía su despacho: "Hay que ver el lío en que nos metió esti hombre de les barbes".

Sólo que no fue él quien los metió, sino que fueron ellos, los socialistas, los que corrieron gozosos a enredarse en él.

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