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Joaquín Rábago

Interferencias rusas

No deja de ser un sarcasmo que sea la CIA quien acuse ahora a Rusia de estar detrás de la inesperada e indigesta victoria del republicano Donald Trump en EE UU. Precisamente una agencia que ha estado en todas las salsas, que ha fomentado golpes militares y ayudado a derribar gobiernos democráticos cuando no eran del gusto de Washington. La misma agencia que consideró acreditado en su día que el presidente iraquí Sadam Husein tenía un arsenal de armas de destrucción masiva que estaba dispuesto a utilizar en cualquier momento.

Las desastrosas consecuencias de aquella falsa acusación, que tan gustosamente se tragaron los aliados de Washington, entre ellos el Gobierno de José María Aznar, están a la vista: cientos de miles de muertos, un país totalmente destruido y un infierno terrorista en toda la región.

La agencia que se ha dedicado a espiar las conversaciones de jefes de gobiernos aliados sin que muchos de éstos hayan siquiera tenido la decencia de protestar.

Sus conclusiones sobre la injerencia de Moscú en las elecciones norteamericanas, por cierto que sin que hayan hecho públicas sus pruebas, son que el presidente Vladimir Putin alentó la filtración por Wikileaks de documentos internos del Partido Demócrata. Y que utilizó también a la televisión rusa, un medio tan gubernamental como puede ser nuestra TVE, para publicar informaciones reservadas que perjudicaban a la rival de Trump, Hillary Clinton, e intentaban desacreditar el orden democrático y liberal de EE UU. Como si la Voz de América, radio Europa Libre y otras emisoras del Gobierno estadounidense hubiesen sido siempre otros tantos modelos de objetividad e independencia periodística.

En lo que un comentarista norteamericano calificó de "reflejo pavloviano", muchos medios de todo el mundo no dudaron en hacerse eco sin más de las acusaciones de Washington en lugar de tomarlas con cierto escepticismo. Un escepticismo que sí han demostrado en cambio muchos ciudadanos estadounidenses acostumbrados a la manipulación informativa de su Gobierno, de todos los gobiernos.

Pero da igual, demos por sentado que Rusia hizo lo que tantas veces ha hecho en otros casos EE UU y trató de influir en las elecciones norteamericanas para favorecer al impresentable Trump, sin duda su candidato favorito. ¿Dejan por ello de ser verdad las noticias publicadas sobre la candidata demócrata? Y si ésta no logró convencer ni siquiera a muchos que habían votado a su partido en anteriores ocasiones, ¿no serán ella y quienes la eligieron los principales responsables de su derrota?

¿No hizo el establishment del Partido Demócrata todo lo posible por desmontar a su correligionario y rival Bernie Sanders, un candidato que tenía, a diferencia de Clinton, fuerte tirón popular, sobre todo entre los más jóvenes? Es muy fácil ver la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio.

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