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Ciberguerra abierta

La injerencia del Gobierno ruso en la campaña electoral por la Presidencia de Estados Unidos a través del hackeo de cuentas del partido demócrata y de varias personalidades políticas y la difusión de informaciones verdaderas y falsas supone un peldaño más hacia una ciberguerra abierta. Los que hablan de conspiración están patinando semántica y políticamente. Es una guerra de carácter informativo que todas las grandes potencias -y crecientemente muchas de las medianas- están integrando en sus estrategias de defensa y seguridad. Todo empezó con el ciberespionaje organizado en los años noventa, pero ahora no se trata, simplemente, de obtener información privilegiada, sino de seleccionarla, trocearla, embadurnarla con tus propios intereses, descontextualizarla sabiamente, difundirla y relacionarla con verdades y medias mentiras. Es un trabajo hermoso y enfermizo como una damisela turberculosa, que parece situarse entre el carnicero y el lingüista, pero desengáñese usted, porque es cosa de ingenieros informáticos, tipos terribles que saben que la estructura de la red se sostiene sobre una paradoja: el ciberespacio es a la vez un lugar que está lleno y un sitio muy solitario. Uno puede llevarse lo que quiera y, sin embargo, no ser visto por nadie, aunque deje rastros.

Los servicios de inteligencia americanos han concluido que las autoridades rusas decidieron intervenir planificadamente en la campaña electoral de 2016, pero también fueron hackeadas cuentas y blogs en las tres últimas campañas presidenciales. En 2008 se acusó a China de intervenir en la campaña de Barack Obama, por ejemplo, aunque no se produjo ninguna confirmación oficial. Donald Trump ha debido reconocer a regañadientes que los rusos metieron algo más que sus narices en cuentas y correos de los demócratas, pero se niega a admitir (obviamente) que tales actividades le ayudaron a obtener la victoria. Caben dudas muy razonables. Los resultados electorales del pasado noviembre fueron muy apretados, al margen incluso de la rotunda mayoría a favor de Hillary Clinton en el voto popular. Si apenas 80.000 votos en Wisconsin, Michigan y Pennsylvania hubieran cambiado de sentido sería Clinton la que juraría el cargo la próxima semana.

Este año se celebran elecciones en varios países europeos. Los mayores temores, al menos entre gente que sigue apostando por los valores republicanos, las libertades públicas y la democracia representativa, se centran en un triunfo de Marine Le Pen en Francia. Significaría una herida mortal para el proyecto europeo y una Europa débil y presa de tensiones internas irresolubles sería una Europa maravillosa para Putin y sus colegas. Que tiemblen los socialdemócratas y tal vez los liberales franceses más decentes. Pueden ser sepultados por toneladas de mierda real o ficticia extraída por el pirateo informático a mayor gloria electoral de la extrema derecha. Y siempre habrá una izquierda bobalicona que aplaudirá el hundimiento de los malditos socialdemócratas mientras crece el fascismo no como una jungla, sino como un césped. "Al menos", dirán entonces, "las cosas ahora están más claras". Y lo estarán, en efecto. Empezando por su estupidez.

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