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El mocín frustrado de la película

La invasión de virus traidores y el sexo débil

Soy de los que sacaban pecho. Quince años sin febrícula crean cierta coraza de ánimo, como la de los jugadores del Real Madrid cuando encaran una prórroga con Sergio Ramos en sus filas. Pero este año no libré. Todo sucedió muy deprisa, tecleando en la redacción de LA NUEVA ESPAÑA, rodeado de buena gente. Hay virus que avisan: cuidadín, que vamos... Y hay virus traidores, que atacan todos a una, con la eficacia de una nueva invasión de Polonia. Un par de horas y el caos. He de decir que soy mal enfermo. Los 38 de fiebre ya me abocan a exclamar el "Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado". No es de extrañar, pertenezco al nuevo sexo débil. Mi médico de familia dice que una gripe de vez en cuando no es mala: activa el sistema inmunológico, nos pone en nuestro lugar y, los más afortunados, reciben ración extra de mimos. Tres días en cama, siete de actividad al ralentí, dos kilos menos y la euforia de saberme un hombre afortunado cuyo único quebranto de salud es un gripazo. "¡Tuve gripe!", proclamo. Pero ya comprobé que el episodio no me sirve para ser el mocín de la película.

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