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Opiniones de un nómada

¿A quién beneficia el exterminio de homosexuales?

El acoso y la persecución por razones de mera apariencia o identidad sexual

"Cui prodest scelus, is fecit".

En septiembre compartí casual página con mi admirada Carmen Gómez Ojea, que escribía sobre el acoso a un niño, por razones de mera apariencia o identidad homosexual, y mencionaba a la Iglesia por su condena de la homosexualidad.

Sobre homosexualidad vengo pensando hace demasiado tiempo y observando situaciones en decenas de países. Hoy me animé a plasmar alguna reflexión referente a la situación en el Occidente de raíz judeo-cristiana. Es visible el acoso y persecución a la minoría homosexual, donde además de la vejación física hay una grave tortura psíquica en niños, jóvenes, adultos y hasta en ancianos, que puede llegar hasta el suicidio, afectando también a las familias que sienten vergüenza y repudio social y que, a diferencia, por ejemplo, de los ataques racistas o machistas, no cuenta con el mismo afecto y apoyo social. Aunque, según qué país, la situación está cambiando, la homosexualidad sigue siendo una minoría perseguida.

¿De dónde proviene esta mentalidad flotante y hereditaria en la sociedad, esta especie de conciencia colectiva? Sin duda, de los elementos culturales anti-homosexuales heredados desde siglos. Creo que se puede afirmar que esta minoría fue y es, históricamente, la más perseguida, con leyes y condenas de todo tipo, incluidas la tortura y la muerte, pero a su pesar los niños siguen naciendo homosexuales o heterosexuales, quieran o no las familias, la sociedad, la religión y el Estado. Los homosexuales no han podido llevar una vida igual a los demás, han tenido que sobrevivir sin relaciones de amor posibles, imprescindibles para la formación de una vida en pareja, quedándoles sólo la ocasión de satisfacciones sexuales más o menos oscuras, clandestinas y peligrosas. Los homosexuales, históricamente, han tenido que huir y esconderse en las catacumbas o en lugares contradictorios, tales como el sacerdocio o el monasterio, el matrimonio convencional, la prostitución, el arte, el ejército y hasta en la policía. La sobrevivencia de un homosexual es cien veces más penosa en el trabajo, diversión y relaciones. Así pues, ¿a quién beneficia el exterminio de homosexuales? Claramente a las dos estructuras que nos dominan y controlan, el Imperio/Estado, y la religión.

Mirando la Biblia, en el Antiguo Testamento se condena la homosexualidad, como pecado nefando, aunque hoy día, a raíz de alguna declaración, leve y tibia, del Papa Francisco, algunos exégetas van reduciendo la interpretación agresiva. En los Evangelios, parte fundamental para católicos y muchos cristianos, no hay referencia directa de condena de la homosexualidad; sin embargo, en algunas de las trece cartas del judío-romano converso Pablo de Tarso se introducen condenas graves. El "pablismo", triunfante en la interpretación evangélica, ha conformado la mentalidad social y sirve de base a reacciones de persecución, condena, tortura y hasta muerte de los nacidos con orientación homosexual. Por otra parte, el Estado, desde el Imperio Romano, ha sido otro de los grandes inductores y creadores de la formación de la mentalidad condenatoria. El gran Augusto decretó la famosa Ley Julia, que de una manera explícita y con gravámenes económicos importantes condena la soltería, teniendo por objetivo la procreación, y, por tanto, la exclusión de la homosexualidad. Estado e Iglesia necesitan seres para el trabajo, milicia, almas para Dios y tributos. Ambos se entrelazan con la conversión de Constantino, desarrollando sus persecuciones a la homosexualidad de manera cruel y radical; véanse los Tribunales de la Inquisición, de Gregorio IX e Inocencio IV.

Posteriormente, ideologías modernas como el comunismo continuaron con la idea de procreación, más brazos para el Estado, persiguiendo a quien no fuese útil para ello; y como el nazismo, que en sus campos exterminó a homosexuales. Lo terrible es que, caídos los totalitarismos, las democracias subsiguientes, mantuvieron las leyes represivas contra la homosexualidad, no dando paz a esta minoría secularmente perseguida y demonizada. Curiosamente, Hitler definió exactamente la inutilidad del homosexual en su discurso de febrero del 1937, donde justificó el exterminio a los homosexuales porque no dan rendimiento, no son rentables como procreadores, para el aumento de población, necesario para el Estado.

Llegado el siglo XXI se legisla con gran dificultad en favor de esta minoría, pero como las mentalidades dependen de la educación de la sociedad y Estado e Iglesia no caminan ya al unísono, la eficiencia de las leyes no avanza suficientemente para que termine el acoso, la persecución y la tortura, y se establezca una igualdad de derechos. Estamos a siglos de que el Estado e Iglesia reconozcan y pidan perdón por sus crímenes y se involucren totalmente en revertir la situación. Así, el genocidio continúa.

Post Scriptum.

Abandonaba yo, veinteañero, los movimientos juveniles católicos, y toqué en la puerta de José Luis Rúa, en la calle Pedro Menéndez, a quien conocía de mis escasas visitas a Gesto y a la Cultural. Rúa siempre me impresionó y por alguna sinrazón me atemorizaba su seriedad. Casi, sin tratarnos, le pedí que me ayudase con alguna clase, que yo por aquel tiempo no podía pagar y que generosamente me dio. Pasé en su casa tardes, en las que, a más de clase, gastamos horas en filosofía y en política. Rúa era un líder natural sin aspavientos ni teatralidad. Fue un mártir de las persecuciones franquistas y también comunistas, que filtraban falsedades para perjudicarle. Pues la izquierda tiene en la izquierda su peor enemigo. Fui responsable de la revista leída "Nosotros" en el Ateneo Jovellanos, que fue un lugar semanal importante y heterogéneo de expresión pública. Los trabajos leídos tenían su relativa importancia, pero lo relevante eran los debates libres, en un auditorio lleno, vaciado a veces por la policía. Entre el público siempre estaban equidistantes Rúa y Merediz, éste entonces líder comunista y luego socialista. Para mí, el calado testimonial e intelectual pesaba del lado de Rúa. Creo que, entre las muchas deudas que tiene la estructuración de mi pensamiento, una muy importante se la debo a José Luis Rúa, el luchador, pensador y político más honesto que conocí. ¡Diógenes, ya puedes arrojar el candil!

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