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Fernando Granda

Convivencia y filosofía

La expansión global de las nuevas tecnologías ha impregnado de inmediatez la vida de las personas. Puede ser un dato positivo y también provocar problemas para distintas sensibilidades. Es un mantra generalizado que las nuevas generaciones son las mejor preparadas de la historia. Pero quizá no sea esta toda la verdad.

Se ha comparado la evolución actual de la sociedad con el paso del Medievo al Renacimiento aunque creo que existen notables diferencias. Principalmente porque hoy recurrimos a este tránsito como una época de célebres figuras, artistas, sabios, grandes ventureros, emprendedores... pero no nos referimos al pueblo en general que tardó aún siglos en renovarse. La innovación de aquellos tiempos fue enorme, los adelantos increíbles, la explosión de libertad incomparable, pero la población continuó siendo en su mayoría analfabeta, los trabajos duros, las penalidades siguieron en el mismo bando y el lujo en el suyo.

La gran diferencia creo que está en que buena parte de esas penalidades han sido superadas, aunque cada vez parecen más separados los estatus de ricos y pobres. El analfabetismo (no saber leer, ni escribir y ni las cuatro reglas) va desapareciendo, los trabajos se van dulcificando con las nuevas tecnologías, se pueden vencer enfermedades y pandemias. Sin embargo, en este mundo de conocimientos increíbles, donde podemos colocar una sonda informativa sobre un meteorito que vuela a miles de kilómetros por segundo, contemplamos cómo era el Cosmos hace millones de años y descubrimos los más sorprendentes "secretos" del Universo, siguen creciendo los seguidores del creacionismo, del iluminismo, del negacionismo y de dogmas y creencias sin explicación científica alguna.

Al tiempo el Gobierno casi prescinde de las asignaturas que forman la personalidad, materias como filosofía y psicología, que enseñan a pensar. Y así "amueblamos" la cabeza con una tecnología que nos facilita y realiza muchas funciones que antes hacíamos nosotros, dejamos espacio libre en nuestro cerebro pero no llenamos ese hueco con sabios razonamientos. Prueba de ello la tenemos en que no hay síntomas de que disminuya el machismo, pero sí de que aumente el fanatismo, de que sigue habiendo diferencias entre hombres y mujeres -y remarco este orden hombre-mujer-, de menosprecio al refugiado y al migrante, de crecimiento de la xenofobia, de rechazo al diferente. En política, en religión, en economía.

Recientemente he escrito en LA NUEVA ESPAÑA contra la violencia de género y el acoso. Son el más puro vestigio de la ausencia de razonamiento, perseguibles desde cualquier punto de la democracia. Hoy me encuentro con una gran impotencia anímica. Conocí personalmente a dos asesinos. Ambos mataron a su familia y luego se suicidaron. Los dos eran hombres con estudios superiores. Un caso trataba de olvidarlo porque ya han pasado más de cinco años del terrible suceso. Pero el otro se produjo hace solamente unos días. No tengo palabras.

Vivimos en un país en el que, de media, cada diez días una mujer es asesinada por un hombre con el que tenía o había tenido relación sentimental. En muchos de los casos no matan esos valientes solamente a sus esposas sino también a sus hijos. En una gran parte de los casos los asesinos tienen escasa educación, no han pasado de la escuela primaria, lo que no excusa su acción. Pero muchos otros han recibido una gran educación, lo que puede demostrar que su cultura merece poco ese calificativo. Lo mismo podríamos decir de los acosadores, la mayoría exhibidores de una manifiesta prepotencia, de ciertos conductores, de esos componentes de pandillas que presumen de sus abusos sexuales en las redes sociales?

Mientras tanto se reduce la enseñanza de materias fundamentales para la formación de la personalidad, asignaturas que ayuden a pensar, a convivir, como filosofía o psicología. Es decir, la base de la civilización.

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