A primera hora de la mañana del domingo recibo la llamada de un miembro del gabinete de comunicación de una de las administraciones implicadas en la financiación del plan de vías de Gijón. Se queja, muy educadamente, eso sí, de que la persona para la que trabaja está muy molesta porque no sale en las fotos del acto celebrado en la mañana del sábado en Gijón, durante la visita del ministro de Fomento a esta ciudad. "Es que si no sale en las fotos parece que no ha estado en la reunión", afirma, y pide una explicación de las causas de ese supuesto olvido.
Le respondo que se equivoca, que la Administración a la que representa aparece no en una sino en dos de las fotografías publicadas en la edición de Gijón. Supongo que la confusión se debe a que en las otras ediciones del periódico, las dos páginas dedicadas en Gijón al acto institucional quedaron reducidas a una, con una sola imagen ilustrativa, en la que efectivamente no aparecía la persona quejosa, pero tampoco otras que participaron en la reunión. Luego no existía ni discriminación, ni aviesas intenciones. Sólo limitaciones de espacio.
Lo de menos es quién llamó y por orden de quién; eso queda en el secreto de sumario. Lo relevante es el hecho en sí: la preocupación enfermiza de los políticos por aparecer en la fotografía: hay codazos. Lo que importa es la imagen, no el mensaje. No lo que dicen, sino cómo se muestran. No el fondo, sino la forma. No la palabra, sino el encuadre.
El político que se obsesiona con salir en la foto se retrata. Se hace un "selfie" poco agraciado.
