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Fernando Granda

Muros reales y virtuales

Las medidas de Trump y el retroceso de la libertad ante las nuevas barreras

El muro que va a construir Donald Trump entre Estados Unidos y México es uno de los muchos que ha empezado a levantar, aunque no el único. Es el muro físico. Pero ya ha firmado la cimentación de otros varios virtuales. Quizá el más alto sea el de la prohibición de entrada en el país a las personas procedentes de Siria, Irak, Irán, Somalia, Libia, Yemen, Sudán..., bloqueada de momento por un juez. También amenaza con otro de salida. El que establece para que las grandes industrias saquen sus factorías al extranjero.

El muro de Berlín fue una de las vergüenzas más notables del pasado siglo y es una vergüenza pasada. Hoy es un recurso turístico de primer orden en una ciudad aún casi desconocida para muchos alemanes pero que cada vez atrae a más visitantes extranjeros. Pero si dejó de ser una barrera a la libertad hace ya más de un cuarto de siglo, sigue siendo un referente para lo que ocurre hoy tras el cambio de milenio. Informaciones publicadas días pasados cuantificaban en medio centenar los muros que impiden el paso a la libertad. Hay muros en Asia, en África, en la "civilizada" Europa. Son muros, reitero, contra la libertad.

Si el de la antigua y de nuevo capital alemana mantuvo la separación durante 28 años, el de Cisjordania lleva ya tres lustros dividiendo a la población palestina, partiendo tierras y pueblos. Y sigue su construcción, más de 700 kilómetros de longitud cuando la distancia más larga de norte a sur del país se aproxima a unos 425 kilómetros. Para hacernos una idea, tiene de largo el trayecto aproximado entre Laredo y Castropol. La barrera que pretende construir el nuevo presidente estadounidense seguirá una frontera entre los Estados Unidos de América y los Estados Unidos de México de 3.185 kilómetros de largo. Está edificada ya una tercera parte, poco más de mil kilómetros a través de ciudades, desiertos, riberas y zonas montañosas entre ambas naciones. Es decir, Trump continuará una obra comenzada ya hace más de veinte años, iniciada por el presidente Bill Clinton en 1994. O sea, el muro prometido por el 45.º presidente norteamericano es el más espectacular de los anunciados pero quizá no sea el más duro, el más terrible de los separadores.

Porque el nuevo mandatario también ha establecido un muro virtual en puertos y aeropuertos. Un muro para impedir la entrada a EE UU (país poblado eminentemente por inmigrantes y sus descendientes) de personas originarias de -por el momento siete- países asiáticos y africanos al oriente de Europa. Un muro que no distingue entre presuntos terroristas y científicos, entre simples visitantes y empresarios con intereses en la industria estadounidense. Un muro discriminatorio en el muy pregonado paraíso de la libertad.

Otra barrera virtual la establece Trump en cuanto a las mujeres, otra respecto a los inmigrantes, otra en lo relativo a la lengua. No son muros de cemento, de ladrillo, de vallas metálicas pero pueden hacer tanto daño como las concertinas. Porque con la doctrina mostrada por el presidente las mujeres son poco más que un objeto manejable, muchos inmigrantes serán deportados, el idioma ya es materia de discriminación (al menos en la Casa Blanca). Además pueden surgir nuevos obstáculos para la libertad ya que sin haber resuelto el llamado "limbo" de la justicia respecto los presos de Guantánamo revive la amenaza de los interrogatorios bajo tortura y las cárceles secretas de la CIA.

En fin, hay muros físicos en Cisjordania para confinar a los palestinos, entre Arabia, Irak, Kuwait, en el Sahara apropiado por Marruecos, en Irlanda del Norte, en Melilla y en Ceuta, en otros diversos puntos de África, de América, en las fronteras de países de la UE para impedir el paso de refugiados. Ahora Trump instaura otros muchos virtuales. Retrocede la libertad.

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