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Presidente de Tekox

A Luis Antolín, maestro e hijo de maestro

Semblanza de un hombre ejemplar y un empresario con mayúsculas

Siento un profundo vacío por el reciente fallecimiento de Antolín Luis Velasco. Sin duda, echaré en falta su capacidad de trabajo y su consejo profesional, pero, sobre todo, su amistad.

Societariamente era consejero de Tekox, desde hace unos 40 años hasta la actualidad. Y, en verdad, que a sus 94 años tenía un grado de perspicacia que le convertía en referente, aquel a quien todos mirábamos con enorme respeto y muchísima consideración.

Precisamente, el jueves pasado, día 9 de febrero de 2017, todavía habíamos hablado por teléfono y, aunque se le notaba la voz algo cansada, mantenía la misma lucidez de siempre.

Se le podría definir perfectamente como un hombre bueno, con una sensatez tremenda y muy equilibrado. Y muy consciente de sus responsabilidades, de sus compromisos, hasta el final. Y aunque yo no lo llamaba para no molestarlo, él me llamaba con frecuencia para seguir la marcha de la empresa, a la que le tenía un cariño especial.

Pero en las relaciones con Luis había algo más que intereses societarios. Fue amigo personal de mi padre durante 65 años, además de futuros socios y de que estudiaron juntos Intendencia Mercantil en Bilbao. Incluso más, ya su padre, a quien recuerdo bien y a quien catalogaría de persona ponderada y ecuánime, fue maestro de mi padre y fue precisamente Antolín Velasco de las Heras quien le dio su primer trabajo.

Hay pues una confluencia de apoyo, de unión, de amistad, entre dos familias de empresarios que perduró en el tiempo y que se plasmó en una estrecha relación con Luis y también con sus hijos; de hecho, su hijo Luis trabajaba durante los veranos, cuando era estudiante, en Tekox.

Confieso que mi padre me trasladó un sentimiento de admiración por el padre de Luis que luego yo tuve con él. Ha sido un lujo compartir consejo con Luis. Y para mí, si además lo extiendo a Pepe Cosmen y a Constante García, indudablemente ha sido un aprendizaje impagable.

En el marco afectivo también sé que Constante, su gran amigo desde hace más de 70 años, estará desolado. Ambos perseveraban en la afición de ir a pescar juntos y también de hacer alguna escapada a coger setas y hasta hace poco iban, ya nonagenarios, en compañía de Chus Boto, yerno de Constante, a esas siempre placenteras excursiones. En este ámbito, no puedo dejar sin mencionar a Pochola su mujer, persona ciertamente ejemplar y soporte familiar, además de una excelente pintora, de la que conservamos en casa de mi madre un gallo suyo y en la mía unas violetas. Un abrazo muy especial para ella.

Por último, sé que el tiempo hace que todo se supere, pero ello no es óbice para que sienta el vacío que comenté al inicio de esta nota, como cuando te falta un ser querido. En este caso, además, por tratarse de una persona ejemplar, de un empresario con mayúsculas, que dio exitosa continuidad a una saga de emprendedores que crearon escuela de gestión económica para las empresas asturianas. Un homenaje a todos ellos y muy particularmente a Luis.

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