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Profesor de la Universidad

De la teología a la economía

En el V Centenario de la Reforma protestante

"A la evolución del liberalismo han contribuido hombres que de hecho le eran ajenos y aún hostiles". (Laski, 1936: "The Rise of Liberalism")

Siendo evidente que factores como el clima, la localización geográfica o la dotación natural de recursos actúan como "facilitadores" o condiciones necesarias del crecimiento económico, no lo es menos que la matriz o cosmovisión filosófico-religiosa de que se dota cada sociedad para interpretar el mundo ha desempeñado una función estratégica.

1. Lutero, la Reforma y el contexto histórico. Tres coordenadas ayudarán a comprender el escenario histórico. En primer lugar, los movimientos de reforma espiritual bajo medievales. Desde el siglo XIV, en Inglaterra y Alemania se había iniciado una dura crítica contra las riquezas de la Iglesia, la corrupción del clero y la comercialización de la salvación (venta de bulas e indulgencias). Distintos movimientos espirituales centroeuropeos proponían la lectura directa de la Biblia en lengua vernácula, la interiorización de la fe y el regreso de la Iglesia al ideal de pobreza evangélica: una devotio moderna, intima y personal, como respuesta a la crisis religiosa. En segundo lugar, de Maquiavelo a Erasmo, el Humanismo renacentista había iniciado una corriente crítica respecto a la tradición filosófica y científica medieval. La secularización de la vida social y política y la autonomía moral del hombre figuraban entre los valores a reivindicar. Por último, ni Lutero ni la Reforma serían comprensibles sin considerar que su emergencia coincidía con la transición del feudalismo al capitalismo y con una reformulación de las relaciones sociales y de poder.

2. ¿Por qué triunfó la Reforma? Cuando Lutero hacía públicas en Wittemberg las 95 tesis, no entraba en su agenda desencadenar unas guerras de religión que habrían de trastocar la vida social y política de Europa en los siglos XVI y XVII. Tras aquellas guerras, la paz de Westfalia (1648) enterraba definitivamente el ideal católico de una "República cristiana" europea tutelada por el Papado y el Imperio de los Augsburgo. Su lugar lo ocuparía una Europa de estados nacionales guiados por la "razón de Estado" y comprometidos con un equilibrio de poderes. Pero, ¿por qué triunfó la Reforma?

La política imperial auspiciada por León X y Carlos V explica parte de las adhesiones de los estados europeos (Países Bajos, Alemania, Suiza, Austria?) sometidos a los Augsburgo: al romper con Roma, Lutero proporcionaba una bandera al nacionalismo. Pero, además, la llamada a la pobreza evangélica de la Iglesia se veía como la antesala de una desamortización que interesaba a monarcas y príncipes territoriales, a la nobleza, a los hacendados y a los mismos campesinos sometidos al pago de diezmos y otras cargas. Finalmente, la independencia respecto a Roma y el nacimiento de las Iglesias nacionales tenía un recorrido susceptible de nuevas adhesiones: reformulación de la educación y búsqueda de fuentes alternativas de legitimación del poder y de las relaciones sociales (contrato social) que no pasasen por apelar a lo sobrenatural (rex gratia Deo). De forma añadida, el mensaje de Lutero, sustentado sobre la fe, era más fácilmente asumible por una población campesina y analfabeta que el intelectualismo teológico de Erasmo, con mayor predicamento entre las élites cultas.

3. Los caminos hacia la economía: Sola fide. Al romper el vínculo entre salvación y "buenas obras" se mataban varios pájaros de un tiro. Se ponía fin a una suerte de contrato teológico que, a través de la limosna u otras donaciones, permitía a los creyentes garantizarse un lugar en el cielo o en el purgatorio. Era, además, un ataque a uno de los nutrientes del patrimonio eclesiástico. La supresión de la limosna conduciría a la secularización de la caridad, a la criminalización del ocio y a las "leyes de pobres": qui no laborat, non manducat. El encierro y asentamiento parroquial de pobres (workhouses) acabaría contribuyendo a la capacitación de la mano de obra y a la creación de un amplio mercado laboral.

Sola scriptura. La negación de la religiosidad externa y la exaltación de las Sagradas Escrituras fue el comienzo de una amplia alfabetización. Con la alianza de la imprenta, la generalización de escuelas cristianas, creó un círculo virtuoso que a largo plazo ampliará la oferta de capital humano por vía de las mejoras introducidas en la educación formal e informal. Al mismo tiempo, la secularización de la enseñanza abriría las puertas a una educación menos humanística y literaria, más técnica y profesional. Frente al respeto hacia el libro, la lectura y las "artes mecánicas" u oficios manuales en los países protestantes, el mundo católico salido de Trento seguirá otro rumbo: el de la exuberancia plástica del Barroco, el de la imposición del latín como lengua culta, el de la censura e inquisición del libro y del librepensamiento, el del desprecio a los "oficios viles".

Pobreza evangélica. A la nobleza cristiana de la nación alemana (1520) era el llamamiento de Lutero a los príncipes para patrocinar y defender la nueva Iglesia reformada. Sirvió también de prólogo a la expropiación de los bienes del clero. A título orientativo de su dimensión, considérese que sólo en Inglaterra las rentas del clero (1,2 millones de libras y un 25% de la tierra) superaban a las de la Corona. En la Inglaterra de Enrique VIII, la desamortización permitió la emergencia de los grupos sociales que protagonizaron el proceso de cercamientos de tierras (enclosures) y la transición de una agricultura de subsistencia hacia una agricultura comercial o capitalista. Su correlato, la expulsión de campesinos y el ataque a los comunales, sería denunciada por Tomás Moro (Utopía, 1516).

En Alemania las cosas no salieron según lo previsto. En Franconia y Turingia, los campesinos adscritos a corrientes reformistas radicales (anabaptistas) iniciaban en 1524 la "guerra de los campesinos" bajo un programa en el que se reclamaba la abolición del diezmo, el libre acceso a la explotación de ríos, tierras y bosques de que inmemorialmente hacían uso común, así como la nivelación de la propiedad. En contra de las hordas ladronas y asesinas de los campesinos (1525), Lutero sellaba su alianza espiritual con los príncipes a fin de restablecer el orden social.

4. ¿De la ética protestante al capitalismo? En 1905, Max Weber, considerando la ética calvinista como religión del progreso, le atribuía la paternidad del capitalismo, lo que de paso le permitía explicar el traslado de la hegemonía económica europea desde los países católicos del Sur a los protestantes del Norte. Ríos de tinta han tratado de matizar dicha tesis. Siendo evidente que las actividades financieras (banca, contabilidad, letra de cambio?) florecían en las católicas repúblicas italianas desde el siglo XIII, y que el ideario económico de Lutero y Calvino era profundamente tradicional y conservador, no lo es menos que la Reforma, al sustituir la sanción externa como regla moral de conducta por el principio de responsabilidad personal, al exaltar la participación activa en la sociedad a través del trabajo, y al vincular el éxito profesional con la elección divina, creaba un ethos colectivo facilitador de los negocios. En palabras de Keynes, el imperativo moral se conciliaba con el cálculo utilitario". No en vano, en 1844, K. Marx aludía a Adam Smith como "el Lutero de la economía": de igual modo que el monje alemán había personalizado la fe, el filósofo escocés trasladaba al sujeto el origen de la creación de riqueza y valor.

5. Del protestantismo al liberalismo. El triunfo del capitalismo sólo fue posible cuando se derribaron las restricciones institucionales que el Antiguo Régimen ofrecía a la ampliación de mercados y a la libre movilidad de factores. Tras un siglo, el XVI, presidido por guerras de religión y agitación de conciencias, en el siglo XVII las motivaciones espirituales darán paso a las políticas.

El legado político luterano, por su sesgo absolutista y teocrático, no podía ofrecer un soporte legitimador a las aspiraciones burguesas de refundar sobre nuevas bases el poder y las relaciones civiles. El instrumental teórico para hacerlo ya existía: los teólogos y juristas católicos de la Escuela de Salamanca habían desarrollado una filosofía moral y jurídica (iusnaturalismo) referida al contrato social y de los derechos naturales (libertad, propiedad). Pero tal doctrina estaba sometida a una restricción: el derecho natural se subordinaba al divino y había de interpretarse al amparo de la moral católica y de la "recta razón". Los filósofos protestantes alemanes y holandeses (Grocio, Pufendorf) se encargaron de reelaborar y secularizar aquel legado despojándolo de anclajes religiosos y morales. La filosofía política resultante tendrá ocasión de plasmarse políticamente en las revoluciones holandesa e inglesa del XVII.

En Holanda, el Acta de Supremacía (1631) establecía un orden constitucional que equilibraba las aspiraciones federalistas y republicanas de las provincias burguesas (Holanda, Zelanda, Frisia?) con las pretensiones centralizadoras de los Orange. En Inglaterra, la revolución y la construcción constitucional seguirán una trayectoria singular. En una primera etapa de guerra civil (1642-1646), bajo la bandera del puritanismo radical, los levellers ("niveladores"), a través de los agreements of the people, pretendían un orden constitucional democrático: participación ciudadana, autogobierno, superioridad de los derechos naturales sobre el Derecho positivo, distribución igualitaria de la propiedad? En una etapa posterior, la Glorious Revolution (1688) enterraría aquellos ideales para consolidar una visión atemperada de liberalismo que, en la línea de Locke, aspiraba a consolidar una "república" de propietarios. Y sin embargo, el ideal de republicanismo cívico puritano acabaría por tomar cuerpo en las colonias norteamericanas fundadas por los Pilgrim fathers en la década de 1620. Su huella dejará verse en la Declaración del Congreso Continental (Filadelfia, 1774), en la que se leía que los derechos de los colonos descansaban en "the inmutable law of nature". Como habrán constatado quienes hasta aquí hayan leído, desde el siglo XVII ya no todos los caminos conducían a Roma.

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