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Mezclilla

Carmen Gómez Ojea

Las carnestolendas de las Inocencias

Reunión de cofrades para disfrazarse de cazadoras de machistas, maltratadores y matadores de mujeres

Con mucha antelación respecto al martes de Carnaval, las cofrades de la hermandad de "Las Inocencias" se reunieron para deliberar qué disfraz común se pondrían todas ese día. Una de ellas, exactamente Elisenda Puig, la única abstemia, propuso, autoritaria y chillona, que fueran vestidas de cazadoras de cabezas de bestias machistas, maltratadores y matadores de mujeres. Sería un disfraz de muy sencilla confección, pero Olivia, la mayor de las hermanas Pis, arguyó que le parecía todo lo contrario, siendo rebatida de inmediato por su cuñada Eloísa Pez, casada con su hermana Obdulia y a la que Oli no tragaba, pues la tal Elo, en los tres meses que llevaban viviendo juntas, había cambiado a Duli de arriba abajo y viceversa, de un modo que ella no la reconocía y eso le daba rabia y pena y ganas de llorar a todas horas. Así que, para evitar disputas, Elisenda, en tono doctoral, pero sin petulancia, explicó que el disfraz que había ideado era muy simple, pues consistía en una maxifalda de color rojo vivo y un jersey del mismo color y, al hombro, un fusil que podría ser uno inutilizable o de juguete y unas caretas de diablos o de monstruos o de cerdos, y además cada una enarbolaría un gran cartel a modo de bandera en el que, con mayúsculas también rojas, rezaría: Maltratadores y asesinos de mujeres, feminicidas y ginezanatos, seréis decapitados por vuestra inmiseridicordia y maldad. Os atraparemos, porque os perseguimos, para cazaros y degollaros a todos. No quedará de vosotros ni uno solo vivo. Lo juramos por todas nuestras queridas muertas. Firmado por "Tropa de Mujeres Justicieras en Guerra contra la bestia machista".

Entonces, inesperadamente, Urra -Urraca Munuces- se puso a llorar con desconsuelo, balbuciendo que ella había sido una de esas mujeres torturadas, pero que le daba vergüenza hablar de ello. Todavía tenía pesadillas y revivía en sueños la noche de un día en el que había soportado, según era cotidiano, insultos, empujones, patadas, puñetazos y cagamentos dedicados estos, sobre todo, a su difunta madre y muy poco tiempo después sufriría un aborto de un feto de cinco meses, provocado por los golpes en el vientre que le había dado Cornelio. Ella se había metido en la cama muy pronto y él se había quedado sentado ante el televisor. Pero enseguida entró en el dormitorio, apagó la luz y se acostó a su lado y comenzó a dar vueltas, a rebullir y a jadear, el prólogo ya muy conocido, anunciador de que su verdugo se estaba preparando para disfrutar con las torturas que iba a infligirle. Le ordenó que se pusiera a cuatro patas. Ella sacó de la funda de su almohada el cuchillo de pelar patatas y con la punta muy afilada le hizo, con todas sus fuerzas, una cruz en la cara y, oyendo sus maldiciones y bramidos, echó a correr hacia la puerta de la calle, llevándose por delante las dos consolas del pasillo con los jarrones de Meissen que quedaron hechos añicos. Buscó en el rincón del descansillo la mochila que había escondido en un rincón, tras un macetero, y llamó al ascensor. Dentro de él se vistió y se calzó los zapatos y salió a la calle que, en su aturdimiento, a la luz de los faroles, le pareció desconocida. Anduvo desorientada de aquí para allá, hasta que recuperó la lucidez y llegó a casa de su prima Leonela, que la acogió con toda generosidad, aunque le dijera que el matrimonio era una cruz de la que, hablando con perdón y sin la mínima intención de ofenderla, se colgaban las débiles o bobas.

Urraca se tapó la cara con las manos, volvió a llorar de forma muy lastimera y, mientras sollozaba y se acunaba, gemía: Mi niña, mi niña, porque era una niña y él, su padre, la mató con las patadas que me dio en el vientre que me provocaron el aborto. Y además me robó la ecografía de mi niñita y me quitó la pequeña alegría de poder ver a mi hija chiquitina dentro de mí.

A continuación comenzó a morderse las manos, a arañarse las mejillas y a arrancarse mechones de pelo hasta que Parrula Grelos y Mayola Fontaniella lograron calmarla abrazándola fuertemente con la ayuda de Melina Pombal que le decía, muy conmovida y con mucha dulzura, que no era una niña lo que le había robado aquel ogro, sino un feto femenino, una promesa de niña, un embrión, al que el malvado de su padre le había impedido acabar de gestarse dentro de ella, su madre. Pero un feto no era una niña ni un niño, porque no era una persona, ya que no sonaba ni resonaba y permanecía en silencio hasta que salía a la luz, fuera del cuerpo materno, y emitía ruiditos y lloraba. Decir que los fetos eran personas resultaba tan extravagante como afirmar que un huevo frito era lo mismo que un pollito cocinado en una sartén. Aquello hizo que Urraca, aunque sin dejar de hipar y suspirar y de secarse a manotazos, como si matara mosquitos, las lágrimas, no pudiera evitar sonreír levemente. Sin embargo, la pena, el llanto y la amarga tristeza no habían terminado por completo porque, tratando de mantenerse serena, les contó que él, Cornelio, la había denunciado por las cuchilladas en la cara y la condenaron a un año de cárcel y así se convirtió en una mujer mala y perversa navajera que había acuchillado a su marido dormido por una cuestión de celos y que había perdido a su bebé por caerse por la escalera, cuando huía tras haberlo agredido; y de nada sirvió que su abogado de oficio hiciera que el juez viera las marcas de correazos en la espalda para librarla de entrar en prisión, aunque sí consiguió una reducción de la pena, alegando que había actuado trastornada, en un rapto de celotipia causado por la creencia de que su pareja le era infiel. Aquello era una mentira podrida, pero se calló, porque lo único que quería era que la dejaran vivir en libertad, vivir sola, pidiéndose perdón por no haberse atrevido a protegerse, mimándose, convenciéndose de que no era una mierda ni un no ser insignificante y despreciable. Y, tras secarse los ojos llorosos y de sonarse y de suspirar, añadió que encontrarlas a ellas le había supuesto resucitar lejos del infierno, hallar la paz y ser una mujer libre.

Luego votaron para saber por fin si iban a disfrazarse de cazadoras o alguien proponía otro disfraz. Y el resultado fue un unánime y muy aplaudido Sí.

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