La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Un jesuita en el Tíbet

Pistoia ha sido declarada "Capital Italiana de la Cultura 2017" por el Parlamento Europeo. La ciudad, de noventa y dos mil habitantes, en la sugestiva región de Toscana, tiene su centro espiritual en el altar argénteo dedicado a San Jacopo, Santiago el Mayor, en la catedral.

El culto a la memoria del Apóstol se remonta al siglo XII, cuando el obispo Atón introdujo una reliquia del Hijo del Trueno en la diócesis, para, en torno a ella, llevar adelante el proyecto de reforma eclesial iniciado por el Papa Gregorio VII, y esa vitola jacobea de la ciudad ha sido el argumento principal aducido para acreditar su raigambre cultural europea.

Por otra parte, el gobierno local ha venido trabajando, desde 2012 hasta 2016, en múltiples proyectos tendentes a lograr la nominación de Pistoia como "Capital Italiana de la Cultura", agrupados todos ellos bajo el lema "Leggere la città" ("Leer la ciudad"), título de uno de los últimos escritos de Giovanni Michelucci, nacido en Pistoia en 1891. En él, el arquitecto invitaba a acercarse a la ciudad como si ésta fuese un libro de piedra y a extender la mirada sobre ella con la penetrante punción del intelecto (intus-legere), incisivo escrutador de la realidad urbana, que es multiforme, compleja y armónica.

La reflexión sobre la ciudad suele estar muy presente en cualquier iniciativa municipal que se emprenda en Italia, concebida aquélla no como mera agregación de edificios, sino como Casa de la Sociedad. Es por ello por lo que se ha de procurar que ésta sea hermosa, segura, ordenada, plena de luz y de aire puro, accesible a todos, abierta al mundo, capaz de entreverar lo local y lo global, identidad y alteridad, y, en el caso de Pistoia, de secundar la inigualable trayectoria personal de las emblemáticas figuras que han descollado en la historia de esa multisecular Casa Cívica. Entre otras, la de Ippolito Desideri.

Ippolito Desideri nació en Pistoia en 1684. Ingresó en la Compañía de Jesús en 1700. Estudió en la Ciudad Eterna, en el prestigioso Colegio Romano, en donde los Jesuitas supieron apreciar sus extraordinarias dotes intelectuales y apostólicas. Fue designado para la misión en Oriente, adonde los hijos de San Ignacio habían llegado gracias al ímpetu evangelizador de Francisco de Javier, Alessando Valignano, Matteo Ricci y Roberto de Nobili, entre otros. El joven Desideri tenía, además, en su propia patria chica, Pistoia, la referencia de egregios misioneros: el jesuita Giuliano Baldinotti en Tonkín y el franciscano Arcangelo Carradori en el Alto Egipto. El primero fue matemático; el segundo, autor de un diccionario de nubio.

El 18 de marzo de 1716, Desideri llegó a Lhasa. Había salido de Roma el 9 de septiembre de 1712. De Goa fue a Delhi y Lahore, atravesó la cadena montañosa de Pir Panjal, y, desde Cachemira, pasado Leh, en Ladakh, arribó a Lhasa. El lector de lengua española encontrará una fragmentaria descripción del viaje en el libro "Memorias del Tíbet". Se trata de la traducción hecha por Miguel Giménez Saurina de algunas páginas de la obra de Filippo de Filippi, "An Account of Tibet. The Travels of Ippolito Desideri of Pistoia, S.J. (1712-1727)", publicada en Londres en 1932.

Para darse una idea del esfuerzo que exige una marcha a través del Himalaya, se puede leer la amena crónica del viaje desde Londres a Gyantsé, a finales de los años veinte y comienzo de los treinta del pasado siglo, escrita por Robert Byron: "Viaje al Tíbet". Es también el autor de "Viaje a Oxiana", un libro en el que refiere el periplo que realizó por Persia y Afganistán para conocer el arte islámico. Era amigo del ingenioso, talentoso, ocurrente y sarcástico Evelyn Waugh, quien tenía a Robert Byron por escritor mediocre, aunque buen narrador. "Viajar por Europa es asumir un legado cultural previsto; hacerlo por el islam es examinar el de un primo cercano y conocido. Pero viajar al Asia más lejana es descubrir una novedad anteriormente insospechada e inimaginable". Al expresarse así, Byron pensaba en la parte de Asia que está al norte del Himalaya, en el Tíbet, "en donde la misma faz de la tierra, el espacio, las nubes y los colores son absueltos de todos sus rasgos conocidos".

Sin embargo, la obra que ha gozado de mayor difusión, por haber sido llevada al cine, es "Siete años en el Tíbet", del austriaco Heinrich Harrer, quien, tras fugarse de un campo de prisioneros en la India británica, logró llegar a Lhasa. Allí aprendió tibetano, conoció la cultura del país y entabló amistad con Tenzin Gyatzo, actual Dalái Lama, del que fue, además, tutor. Este relato autobiográfico exhala simpatía, cordialidad y gratitud para con los habitantes del Tíbet, entre los que el alpinista, geógrafo y escritor vivió sumamente feliz en el periodo comprendido entre 1944 y 1951.

En torno al Tíbet han tenido lugar, desde el siglo XVII, admirables hazañas, realizadas por misioneros, científicos, estrategas y aventureros con pasta de héroes: Antonio de Andrade, George Bogle, Thomas Manning, Joseph-Fernand Grenard, Susie Carson Rijnhart, Perceval Landon, Evariste Régis Huc, Nikolay Przhevalsky y George Edward Pereira, por citar los más representativos. Y, por supuesto, Ippolito Desideri, quien, con sus detallada relación de lugares, itinerarios y costumbres, ofreció la primera y más completa descripción del entero recorrido transhimalayo hasta Lhasa. Una proeza que no va a la zaga de la de Marco Polo.

Decía el Dalái Lama que, si bien Desideri había viajado hasta aquellas altitudes como misionero, su inmersión en la religión budista y en la cultura tibetana, así como su natural predisposición para intercambiar opiniones sobre filosofía y teología con los monjes del Tíbet, o exponer y escuchar respetuosamente los artículos de los respectivos credos, lo han constituido en figura pionera de lo que hoy se denomina "diálogo interreligioso".

Sin embargo, esa valía ha sido alzaprimada casi doscientos años después de haber acontecido el viaje a Oriente. Lamentablemente, las cartas permanecieron olvidadas en archivos de Roma y Pistoia hasta finales del siglo XIX. Fue un orientalista florentino, Carlo Puini, el que las publicó en 1904 por primera vez. "La negligencia de aquellos que heredaron los manuscritos de Desideri ha privado durante mucho tiempo a Europa de una fuente preciosa", escribió el teólogo jesuita Henri de Lubac, buen conocedor del budismo.

Mas ahora que se hallan a disposición del gran público, en tantos formatos como hoy permite la tecnología, la relación del viaje al Tíbet de Ippolito Desideri constituye un testimonio accesible para todo el mundo de cómo el anuncio del Evangelio lleva aparejadas inquietud científica, producción cultural, soltura léxica y acción social, uncidas las cuatro por el vínculo indisoluble del Amor.

Compartir el artículo

stats