La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

LNE FRANCISO GARCIA

Billete de vuelta

Francisco García

Sardina o caballa

¿Tuvo la Sardina de Gijón un entierro de primera? A la vista de las crónicas diríase que sí. No hay más que ver las lágrimas de cocodrilo derramadas por el luto riguroso del coro de plañideras, y sus exclamaciones de desconsuelo, con sus caballitos blancos, con sus caballitos negros del carrusel de Begoña.

Fue tan multitudinario el funeral carnavalesco que un gijonés con pasta puede permitirse el lujo de empadronarse en Madrid para ahorrar unos miles de euros en impuestos; pero por mucho que digan que para ir al cielo el mejor camino arranca en la capital de España, paraíso fiscal de los siete pecados capitales, morirse tiene que hacerlo uno en la villa de Jovellanos, y ordenar en las últimas voluntades que los deudos pongan la esquela en este periódico para que se entere Asturias toda. No lo hay como que te entierren en Gijón y contratar al coro fúnebre que acompañaba en el cortejo del martes al desconsolado Don Hilarión, ese personaje local de melena áurea y opereta que parece el tío Sam de Cimavilla, y que estos días de desenfreno condujo por las calles de la ciudad, sin freno de mano, un descapotable que parecía robado de un capítulo de "Miami Vice".

Vista la raspa de la pesca siamesa que encabezó esta edición ventosa del Antroxu gijonés, uno no sabe si la pareja de peces eran sardinas o caballas. Sean lo que fueren, ya están en el bote, que la lata es para las sardinas lo que el sarcófago para las momias y el traje de madera para los malos de las películas del Oeste. Finalizó el Carnaval y entró por la puerta de atrás la rigurosa Cuaresma. Quedan suspendidos los placeres de la carne. Guerra al cachopo.

Compartir el artículo

stats