La anécdota puede que la conozcan porque ha circulado durante años. En plena Segunda Guerra Mundial cuando Churchill era primer ministro del Reino Unido llamó un taxi y le pidió al taxista que lo llevara a la BBC. El taxista le ofreció disculpas y le dijo que no podía ser, puesto que Churchill iba a hablar por radio en media hora y no quería perdérselo conduciendo por Londres. El premier británico se sintió tan satisfecho de la respuesta que le dio una libra al conductor y éste le respondió: "Así es como debe ser, señor. Entre, y al diablo con Churchill". Y arrancó. En el viaje tuvo tiempo de rumiarlo.
Artur Mas debería extraer conclusiones del baño de humildad del taxista de una libra de Churchill para apearse del burro en que cabalga, porque aún hoy existe cierto despiste saludable sobre los grandes hombres. Pero no: al contrario, se ha activado para repetir como candidato de la Generalitat. Se siente un político imprescindible incluso cuando se encuentra asediado por la justicia y la incomprensión de no pocos catalanes. A él le da igual porque cree que la huida hacia delante es la única posibilidad que existe para sortear los escollos y las acusaciones de corrupción que le persiguen. De ser un político amortizado pretende convertirse, gracias a la renuncia de Puigdemont, en el President del futuro de una Cataluña que gracias a los dirigentes como él se precipita a un abismo. La antigua Convergència está a punto de ser embargada por el delito que de un momento a otro van a empezar a cantar sus intérpretes de la Traviata. Pero da igual, Mas está dispuesto a todo, ha llamado a desprecintar los colegios del referéndum que se precinten y a seguir desobedeciendo al Tribunal Constitucional. Es la estrategia de un hombre desesperado al que le da exactamente igual que un taxista lo haga sentirse una persona más con los pies en la tierra. Un disparate de individuo.
