El presidente del Principado elevó la demografía a reto de la agenda política nacional en la conferencia de mandatarios autonómicos de finales de enero en el Senado. A las dos semanas de la cita, el Gobierno central ya había recogido el guante y creado por decreto un Comisionado específico para la materia. El pasado martes, un mes después de la reivindicación ante Rajoy, la encargada de dirigir el organismo estaba oficialmente nombrada y acudía a Asturias para entrevistarse con el consejero de Presidencia. Premura, toda; ideas concretas a plasmar, de momento ninguna.

El decreto de constitución del Comisionado determina como su único objetivo "alcanzar el equilibrio de la pirámide poblacional española". Cumplirlo de manera literal requiere décadas de persistencia. La actual estructura de la población asturiana, segmentada por franjas de edad, tiene el aspecto de una peonza. Estrechísima en su base -sin apenas nacimientos- y muy ancha conforme avanza hacia la altura. Equilibrar esa peonza significa transformarla en una pirámide: amplia en sus cimientos y afilada según se acerca a la cúpula. ¿Es un propósito realista? Algunos expertos sostienen que no, porque precisamente el gran logro de los países desarrollados consiste en prolongar la vida.

Conforme una nación progresa, mayor número de miembros en edad madura acumula como consecuencia de los avances médicos y la alta calidad de las prestaciones asistenciales. Grueso tamaño, por consiguiente, adquiere el estrato de las cohortes superiores. Hay que congratularse. Necesitamos contemplar el envejecimiento como la muestra irrefutable del triunfo como colectividad, nunca como indicador de desesperanza o de desastre futuro. Que se agudice este fenómeno supone una excelente noticia. La inquietud deriva de lo que implica como amenaza para la sostenibilidad del Estado del bienestar tal como lo concebimos.

La reparación de estos desarreglos no llegará, digan lo que digan, desde la demografía, requiriendo un esfuerzo reproductor a las nuevas generaciones o desatando guerras entre jóvenes y ancianos, sino desde la economía, generando prosperidad. Invertir la tendencia y sus dos principales síntomas, el despoblamiento y el coste de la longevidad, exige estimular la actividad, facilitando el aprovechamiento de las potencialidades endógenas y eludiendo constreñirlas con dirigismo y restricciones absurdos.

Ejemplos existen. El turismo en torno al río en Cangas de Onís, Parres y Ribadesella es un caso prototípico. Entre 1996 y 2015, con el auge de los descensos en canoa, perdieron el 1,44% de sus habitantes. Durante los mismos años, en el resto del Oriente la hemorragia fue tremenda, con un decrecimiento del 10,86%. Todavía más espectacular resulta el análisis de los indicadores económicos. Los ingresos disponibles de las familias de los tres concejos aumentaron un 218%, muy por encima de los de Oviedo (179%) o Gijón (206%). Este positivo comportamiento, gracias a una idea de éxito nacida enteramente de la iniciativa privada y que el intervencionismo de las administraciones casi llega a fulminar, permitió acortar de verdad la distancia entre municipios ricos y desfavorecidos. Mientras un vecino de Oviedo disponía en 1990 de una renta media superior en 22 puntos a otro de Ribadesella, Parres o Cangas de Onís, hoy la diferencia queda en 9 puntos.

Con el Camino de Santiago empieza a ocurrir lo mismo. Únicamente el paso de la ruta jacobea sustenta muchos negocios del Suroccidente. En Tineo pernoctaron el año pasado casi 18.000 peregrinos, prácticamente el doble de la población censada en este Ayuntamiento. En Allande celebran la senda como uno de sus principales motores de desarrollo. Por fin llega el despegue, pues lo excepcional e incomprensible era que un recurso que lo tiene todo puesto desde hace siglos, que goza de una acreditada imagen de marca mundial y que apenas precisa de dinero, salvo para desbroces y señalización, permaneciera sin explotar.

Miles de asturianos no pueden ser tratados como ciudadanos de segunda por residir lejos del área metropolitana. Oviedo, Gijón y Avilés agrupan al 55% de la población en el 3,7% del territorio. El vuelco ha sido espectacular y a gran velocidad. Siete de cada diez asturianos viven en ciudades. En 1950 ocurría justo al contrario: tres de cada diez habitaban una metrópoli. En las villas de las alas y sus entornos también precisan de atenciones básicas, como un médico cerca, una buena escuela o una conexión a internet de máxima velocidad, la autopista fundamental que define la competitividad en la época de la aldea global.

Los políticos creen en el poder taumatúrgico de las inversiones y las subvenciones. No es cuestión de dádivas, resabio de una inercia paternalista y lastimera respecto a todo lo relacionado con el mundo rural, sino de propiciar que cada cual tome las riendas de su destino disfrutando de condiciones y oportunidades idénticas, con independencia de la localidad que prefiera para instalarse. La riqueza y el trabajo que seamos capaces de producir acabarán llenando por sí solos la Asturias vacía, la que lleva camino de declarar al hombre especie en peligro de extinción.