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Los esperpentos

La realidad pasada por el callejón del Gato y sus espejos, decía Valle-Inclán. En el siglo XXI, cambalache es poco, no hacen falta los espejos cóncavos ni convexos. Los personajes del teatrillo son capaces de convertirse en caricaturas de sí mismos, hasta colmar la paciencia de los seres humanos que se consideran personas. No sé cómo se sienten los estadounidenses con los espasmos tuiteros de su presidente. Creo que a medida que pasa el tiempo los ciudadanos se cauterizan, se cuidan de espantos y sólo confían en que no le dé al botón nuclear, o que le dé, vete a saber. Aquí, las cosas transcurren a otro ritmo y con otras partituras. El registrador de la propiedad Rajoy, circunstancialmente presidente del Gobierno de España, estaba encantado con su foto en Versalles, más alto que el resto, sin necesidad de hablar otro idioma que el español, liderando, en apariencia, la Unión Europea que languidece. En su maleta, los últimos ejemplares de "Marca", las obras completas de Alfredo Di Stéfano y un opúsculo de Santiago Bernabéu. Todo muy edificante, como el autobús ese naranja que imparte doctrina ultramontana por calles y carreteras, y hace mucho daño a niños y niñas que buscan con dificultad su identidad de género para desarrollarse como personas. Y es que la derecha, los conservadores de distinto grado de este país, tiene un problema con las leyes sobre derechos: en cuanto se aprueban, creen que son obligatorias, no reguladoras de situaciones sobre las que el ciudadano puede decidir. Así por ejemplo, cuando se aprobó la ley del divorcio, las separaciones entre la derechona más casposa causaron estragos, véase el caso Álvarez-Cascos, por ejemplo. Lo del aborto lo tenían solucionado en clínicas caras y de amigos desde los años cincuenta, la ley les descolocó un poco. "¿Y mi criada ahora va a poder hacerlo y gratis?", gritaba espantada una señora del barrio de Salamanca de Madrid, tomando el té con unas amigas. Lo de las parejas del mismo sexo lo llevan peor porque da telediario a todos los homosexuales, incluso a los suyos, y eso no les gusta nada. Lo de la violencia machista les pone de los nervios: alguien les ha preguntado por qué no son tan activistas con la víctimas como lo son con las del terrorismo. Al fin y al cabo, ETA mató a más de ochocientas personas en cincuenta años. La violencia machista ya ha asesinado al mismo número de mujeres sólo desde 2003.

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