A punto de cumplirse 60 años desde el nacimiento de la Comunidad Económica Europea, en Roma (embrión de la actual Unión Europea), ¿qué rumbo le espera, en el convulso mundo que se ha abierto tras las sorpresas anglosajonas del año pasado -"Brexit" y victoria de Donald Trump, en EE UU?
Pues, a tenor de lo que se desprende de la reciente reunión de los nuevos cuatro grandes continentales, en Versalles (Alemania, Francia, Italia y España), parece que toma cuerpo la idea de ir avanzando a dos o más velocidades (tal como pretende el núcleo rector germano, desde hace tiempo y ven con reticencias los países del Este y algunas naciones nórdicas).
Por de pronto, la llegada de un personaje como Trump a la Casa Blanca, desfavorable a la Unión Europea y partidario de que sus socios de la OTAN eleven el gasto en Defensa hasta niveles del 2 por ciento del PIB, ha generado un cambio de prioridades que se visualizará en las próximas semanas: una apuesta por el fortalecimiento de las políticas de seguridad, donde los ciudadanos del continente se sientan protegidos y en las que la UE ejerza la defensa de sus intereses, sin delegar en el aliado estadounidense (sea en Ucrania o en Libia).
El problema es que, más allá de esto, no hay acuerdo en casi nada más (¿recuerdan cuando el Sur del continente, en plena crisis griega, reclamaba eurobonos y unión fiscal? que los socios ricos se negaban, y se siguen negando, a financiar?). Todo ello, mientras se contiene la respiración, ahora que los últimos sondeos parecen reflejar un freno en el avance de las opciones populistas de derecha en Holanda, Francia o Alemania, escenarios electorales de este 2017. Así que poco más puede esperarse, de Europa.
