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Gallos para la pelea

La electoralista firmeza antiturca del "premier" holandés es una victoria del neofascismo

Que el presidente turco saque una vez más sus espolones de gallo de pelea no es algo que pueda extrañar. Hace ya años que Erdogan se despojó de aquellos ropajes amables que llevaron a aplicarle el oxímoron de islamista moderado y a comparar su partido, el AKP, con las democracias cristianas de Europa Occidental.

Ha corrido mucha agua por el Bósforo desde que Erdogan llegó al poder en 2002 agitando dos banderas incompatibles: la islamización de la fracción laica de la sociedad turca y la aceleración del ingreso de Turquía en la UE. De este último, que nadie se ha tomado nunca en serio en Bruselas, París o Berlín, Erdogan obtuvo buen rédito. Al amparo de las exigencias democratizadoras de la UE, logró embridar al Ejército y a buena parte de la judicatura. En cuanto a la máscara moderada, se fue resquebrajando a medida que se elevaban obstáculos -como la sonora revuelta laica de 2013- hacia el régimen autoritario con el que sueña desde hace décadas. El oscuro golpe del pasado julio -intentona prematura del sector más atlantista y proestadounidense de los militares turcos- le dio carta blanca para la escandalosa serie de purgas que le ha situado muy cerca de su delirio de convertirse en la reencarnación islámica de Ataturk, el fundador de la república turca que en 1923 sucedió al Imperio otomano.

Erdogan, que someterá a referéndum el 16 de abril su soñada ampliación dictatorial de poderes, representa hoy a una Turquía que se encamina a la dictadura entre graves contradicciones. No es la menor su doble condición de miembro de la OTAN y de aliado de Rusia, o la teórica voluntad de negociar con una UE a la que amenaza cada tanto con una nueva oleada de refugiados.

Así las cosas, Erdogan necesita ruido y pelea crecientes. Los kurdos, la vecina guerra siria y el oscuro combate con el Estado Islámico generan fragor. Pero el estruendo ha de culminarse en una traca que sólo puede venir de esa Europa, amada y odiada, donde neofascistas islamófobos consolidan predios. Y ahí es, en la Holanda que mañana va a elecciones tras una campaña marcada por el islam, donde Erdogan ha encontrado un gallo con el que cruzar sus espolones a última sangre.

El primer ministro holandés, el liberal Mark Rutte, acaba de recuperar, tras muchos meses, el liderazgo de unas encuestas que sonreían al ultra Wilders. Pero Rutte, como Erdogan, también precisa ruido y pelea para afianzarse. De ahí la prohibición de entrada, este sábado, a dos ministros turcos dispuestos a hacer campaña por el sí a Erdogan entre los 400.000 holandeses de raíz otomana. De ahí también que esa prohibición -se han anulado actos parejos sin seísmos en Alemania, Austria y Suiza- haya degenerado en grave crisis diplomática. Erdogan envió a sus ministros a sabiendas de que encontraría un gallo de espuela presta. Y esa fundada certidumbre del turco es ya, por desgracia, una victoria rotunda del neofascismo.

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