En 1992, un año antes del bochorno de la falsa inversión petroquímica con la que un aprovechado intermediario francés engañó a un incauto Gobierno asturiano, la multinacional japonesa Toyota seleccionó Asturias para instalar una nueva fábrica. La región pasó los cortes de las sucesivas visitas de los ejecutivos nipones y llegó a la fase final previa a la decisión junto a un reducidísimo grupo mundial de candidatos al emplazamiento. Al final, la lotería le tocó a Deeside, en Gales, cuya factoría emplea hoy a medio millar de trabajadores que manufacturan 200.000 motores.

El Principado perdió la ocasión no por falta de competitividad, sino por intangibles coyunturales: la escasa implantación del inglés, que dificultaba el entendimiento de los empleados con los mandos, y las pésimas comunicaciones. Un japonés necesitaba entonces dos días y medio para viajar de Tokio a Oviedo, mientras que al Norte del Reino Unido llegaba en 16 horas. Afortunadamente, las conexiones aéreas, todavía mejorables, cambiaron mucho y las nuevas generaciones ya asumen el dominio de otra lengua como parte esencial de su formación.

Instalar una cadena de producción de automóviles aquí no resulta descabellado. Sólo cinco comunidades en la Península carecen de ella: Extremadura, Castilla-La Mancha, Murcia y la Rioja, además de Asturias. El Principado es, de hecho, la única región de tradición industrial que no cuenta con plantas directas de alguna marca. Sí posee un conglomerado de compañías de componentes, desde el acero a las lunas, la pintura, las transmisiones o las suspensiones. España produce esencialmente coches -octavo país del mundo y segundo de Europa, tras Alemania-, que aportan el 9% del empleo, el 9% del PIB y el 18% de las exportaciones.

Tesla, empresa de Silicon Valley, California (EE UU), nace por una visión de su impulsor: que el transporte del futuro necesita ser sostenible, propulsado por electricidad y autónomo, sin conductor. Tiene 14.000 empleados, 6.000 millones de euros de ingresos, aunque todavía no logró beneficios, y lleva años diseñando y vendiendo coches alimentados por baterías especiales. Empezó fabricándolos de lujo, por encargo, para desmontar el mito de la lentitud y la escasa autonomía. Ya lanza unidades de muchos caballos de potencia, equiparables a las de gasolina, que recorren 400 kilómetros sin repostar. El objetivo para dentro de una década: llegar a producir a gran escala, para el público en general, turismos eléctricos a precios asequibles. Entre sus planes estratégicos figura desplegarse en Europa.

Hay muchos países interesados en acoger a Tesla. Hablamos de una inversión simbólica no por el empleo que pueda generar, sino por lo que aporta en transformación, investigación y tecnología diferente. Significa engancharse a una industria del siglo XXI radicalmente nueva, que por sus planteamientos guarda poca similitud con las compañías clásicas. Para Asturias equivale a colocar la pieza que le falta al puzle: para renovar su industria y para dar pleno sentido al superpuerto y la Variante. Marcaría, en definitiva, un antes y un después en la región, y en España, pues sus sinergias positivas trascienden el marco de una comunidad autónoma.

Con datos objetivos, medibles y comparables, Asturias goza de un potencial como pocas áreas geográficas para afianzar un sector automovilístico. Por su tradición en el metal, por su mano de obra experta, por la presencia de compañías auxiliares, por sus condiciones logísticas, por la abundancia de agua, por los millones de metros cuadrados de polígonos vacíos, por su calidad de vida, por la Universidad, por un saber hacer que no se consigue de la noche a la mañana. Relacionar entramados fabriles complejos con un entorno desarrollado y los requisitos medioambientales que exige no resulta fácil. Y la región ha sabido potenciar su imagen de paraíso natural manteniendo a la vez su entramado de chimeneas. Cuando Du Pont meditaba el desembarco en el Principado, a los dirigentes que venían de visita los traían de noche para esconderles el deterioro de Avilés. Esos mismos ejecutivos adoptan encantados hoy la villa, renacida, como lugar de alojamiento.

Sostienen muchos empresarios que el principal problema de los asturianos radica en la escasa fe en sus capacidades "y hay campos en los que somos muy buenos". Las plantas siderúrgicas de Gijón y Avilés figuran a la cabeza en competitividad entre las de Arcelor. Los noruegos y los mexicanos construyen sus barcos en Figueras y El Musel pudiendo encargarlos a cualquier otro astillero. Los ascensores del mañana ven la luz en el Parque Tecnológico gijonés. El ácido para todas las aspirinas sale de Langreo. Por algo será.

Necesitamos un cambio sustancial de mentalidad y de discurso. Aunque las posibilidades de vincularse a Tesla parezcan remotas, el ejercicio de intentarlo servirá como poco para determinar líneas tácticas fundamentales, unirse por encima de ideologías y partidismos en torno a ellas, confiar en el esfuerzo propio antes que en las soluciones mágicas, redentoras y ajenas, desvincularse del viejo modelo productivo, asumir liderazgos, vender bien la región, desterrar complejos localistas y dejar de temer el fracaso. Las taras que precisamente postran desde hace lustros a Asturias y adormecen a los asturianos.

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