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El piano de Narcís Serra

Según datos del Consejo del Poder Judicial, los jueces españoles procesaron a 659 personas por delitos de corrupción durante 2016 (casi dos por día). La cantidad es elevada, incluso escandalosa si la comparamos con la de otras naciones con regímenes democráticos, pero significativamente inferior si la referencia es el 2015, en el que hubo 1.348 procesados por la misma causa. Y los delitos que con mayor frecuencia se incluyen bajo esa rúbrica general de corrupción son los de prevaricación administrativa, prevaricación urbanística y malversación, lo que viene a indicar que la gestión de los servicios públicos está peligrosamente escorada hacia el beneficio privado ilícito.

Desde hace años, la lista de escándalos, escandalazos y escandalillos se ha hecho abrumadora y por el banquillo y por la cárcel han pasado notables personalidades de la política, la banca, el clero, la milicia, el sindicalismo, el deporte, la copla andaluza, la aristocracia e incluso de la realeza. Y a ese olimpo de corruptos hemos de unir ahora el nombre de Narcís Serra, el conocido político y economista catalán que está siendo investigado por la Audiencia Nacional por presuntas irregularidades en la gestión de los intereses de la Caixa de Catalunya, de la que fue presidente. En sus conclusiones provisionales, la Fiscalía pide para él cuatro años de cárcel al estimar que (junto con otros directivos de esa entidad) cobró sueldos escandalosos y se atribuyó indemnizaciones fabulosas en plena crisis, amén de aprobar operaciones inmobiliarias poco claras que obligaron al Estado a inyectar 12.052 millones de euros para tapar el agujero. Desde la distancia, no deja de sorprender que un político con fama de frío y pragmático haya podido caer en la tentación de implicarse en semejante lío como remate final de una brillante (pese a algunas zonas de sombra) carrera política. Porque Serra también será recordado como el alcalde que trasformó espectacularmente Barcelona con ocasión de los Juegos Olímpicos, y como el ministro de Defensa que supo hacer, con paciencia y dinero, la reconversión del ejército franquista en un ejército integrado en la OTAN. Una reforma que hubiera envidiado don Manuel Azaña, que intentó hacer algo parecido durante el periodo republicano si bien en circunstancias mucho más difíciles. Algunos (por edad) aún tenemos en la memoria la imagen de una fría mañana de diciembre de 1982, cuando Felipe González y Narcís Serra, tras el primer consejo de ministros del Gobierno socialista, visitaron el acuartelamiento de la División Acorazada Brunete, la unidad que hubiera podido hacer triunfar el golpe de Tejero si hubiese movilizado los tanques hacia Madrid.

Pero no toda su trayectoria fue exitosa. Ya como vicepresidente del Gobierno, se vio implicado en el escándalo de las escuchas telefónicas a diversas personalidades (incluido el Rey Juan Carlos) y hubo de dimitir. Luego, se dedicó a actividades semipúblicas (las famosas "puertas giratorias") y fue presidente de Caixa Catalunya y consejero de Gas Natural. Fue también el primer ministro que, fijando su residencia oficial en un piso del Ministerio de Defensa (el mismo que ocupó Fraga cuando era titular de Información y Turismo), se llevó un piano para su solaz. No creo que le dejen hacer lo mismo si tiene que ingresar en la cárcel.

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