La sorpresiva llegada de Donald Trump a la presidencia de EE UU ha generado un progresivo alud de críticas, dentro y fuera del país, en el sentido de dejar de considerar a los líderes estadounidenses como "referentes del mundo libre" y hasta empezar a catalogarlos de socios "poco fiables", como si otras áreas del mundo (por ejemplo, la desUnión Europea) pudieran empezar a actuar por su cuenta.
Pero lo cierto es que, pese a las advertencias de "decadencia", los datos señalan que aún sigue siendo una potencia a la que los demás no pueden acercarse. Por ejemplo, si observamos el PIB mundial, Estados Unidos acapara una cuarta parte del mismo, bastante por delante del 15% del país que aparece en segundo lugar (China).
O su relevancia financiera. Si a finales del siglo XIX la capitalización bursátil estadounidense era del 15% del total del planeta (por detrás del Reino Unido), el peso de Wall Street sobre el resto de mercados bursátiles es ahora superior al 53%.
Sin olvidar su capacidad de innovación. No solo por el liderazgo tecnológico de Silicon Valley, sino por aplicarla en campos donde puede estar ganando batallas estratégicas. Es el caso del petróleo: hace tres años, el país líder de la OPEP (Arabia Saudita) decidió bajar súbitamente los precios para destruir a la industria del "fracking" estadounidense (que solo era rentable con un precio de 80 dólares por barril); ahora, se encuentra con que la empresas de dicho sector han incorporado innovaciones que les permiten reducir sus costes de extracción a poco más de 30 dólares.
Y, pese al histrionismo de Trump o al alto endeudamiento el país, tampoco debe olvidarse que EE UU aún dispone del argumento definitivo: el Ejército con la mayor capacidad destructiva. Eso sí, con crecientes problemas para financiar sus actividades bélicas.
