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Sol y sombra

El doble despiste

El despistado se salva a veces por perseverar en su extravío. El dramaturgo francés Tristan Bernard, que en realidad se llamaba Paul, para explicar lo distraído que era, contaba cómo en una ocasión se había metido en el baño vestido. "¿No se dio cuenta?", preguntaba alguien. Y respondía: "No, porque como soy tan despistado, me había olvidado de llenar la bañera".

El otro día Rajoy protagonizó en Antena 3 TV uno de sus famosos lapsus y, refiriéndose al turismo, dijo que a España vienen 75 millones de españoles cada año. Sus mayores deslices se produjeron, sin embargo, cuando por culpa de un micrófono abierto fue pillado diciendo aquello del "coñazo del desfile" o la vez que se refirió a ETA como una "gran nación" cuando lo que pretendía decir era España.

Los pequeños descuidos no acaban con el político distraído. Son los despistes traducidos en grandes errores los que le condenan en el juicio sumarísimo de la historia. Cameron, por ejemplo, antes de afrontar el suyo no tendrá tiempo suficiente en esta vida para arrepentirse de haber promovido el referéndum sobre la salida británica de la UE. Lo mismo que tampoco lo tuvo su compatriota Chamberlain por haber considerado a Hitler un tipo inofensivo y hasta simpático.

La mayor prueba anti-despiste la tienen que superar en la actualidad los dirigentes de la Europa democrática, que se enfrenta a la nueva amenaza populista, que tiene como germen el fascismo. Desde la perturbación eurásica imperialista de Putin a los nacionalismos locales, los ultraderechismos nacionalistas y los peronismos de izquierdas importados. Varias pestes se avecinan.

Habrá estar atentos y cuidarse, cuando menos, de no llenar la bañera.

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