¿Qué hacer en un mundo lleno de datos y robots? Menos agobios y más matemáticos, informáticos y estadísticos. Lo explicó el matemático Juan Luis Vázquez en la apertura de la II Semana de la Ciencia, clausurada este viernes en el Club Prensa Asturiana de LA NUEVA ESPAÑA. Estamos diseñados para morir jóvenes, como la mayoría de los animales, que lo hacen de hambre, frío o devorados por otros. Sin embargo, el límite de la longevidad humana podría llegar pronto hasta los 140 años si los avances de equipos como el que lidera María Blasco, directora del Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas, consiguen retrasar el envejecimiento y las dolencias a él asociadas. Los pocos que, como el astronauta Pedro Duque, han visto la Tierra desde el espacio tienen la imagen nítida de que la capa de la atmósfera es muy fina y que hay poco aire, luego conviene cuidarlo. "Pregúntate si lo que estás haciendo hoy te va a llevar al lugar donde quieres estar mañana", aconseja la oncóloga Paula Jiménez. Conocer lo que puede provocar cáncer no tiene que alarmarnos, opina el profesor Luis Franco, catedrático de Bioquímica y Biología Molecular, pero sí hacernos mucho más responsables con nosotros mismos y el medio ambiente.

Éstas son algunas de las reflexiones y enseñanzas que nos dejan los ponentes de la II Semana de la Ciencia, que en sólo dos ediciones se ha consolidado como uno de los ciclos de divulgación científica más prestigiosos y aplaudidos de cuantos se celebran en Asturias. Más de 1.600 personas asistieron a las charlas programadas de lunes a viernes. La calurosa acogida por parte del público desbordó jornada tras jornada el aforo del Club Prensa Asturiana. Una de las conferencias tuvo que ser trasladada a la sala de cámara del auditorio Príncipe Felipe, con más de 400 butacas. Otra llegó a celebrarse dos veces en el mismo día para que las personas que se habían quedado fuera por falta de espacio pudieran escuchar también la intervención. Qué mejor prueba del interés que genera la investigación y del éxito de la iniciativa impulsada por LA NUEVA ESPAÑA y coordinada desde el punto de vista científico por Amador Menéndez. En tiempos en los que todo se cuestiona, la divulgación sigue siendo apreciada porque permite discernir lo cierto del bulo.

El talento de quienes dedican su vida al descubrimiento de cosas nuevas que nos permitan vivir mejor, la generosidad de quienes se sienten obligados a devolver a la sociedad una parte de lo que la sociedad les ha dado no encuentran, sin embargo, justa correspondencia en el trato que les dispensan los gobiernos, las universidades y las empresas. "El talento surge en todas partes, pero se cultiva adecuadamente en muy pocas. Las autoridades y el público ven esto, pero no saben qué hacer", constata el profesor Vázquez.

Los científicos brillantes afrontan los problemas como fuente de oportunidades. Son conscientes de que les pagan por estudiar y buscar soluciones, no por quejarse. Si las autoridades que gestionan la investigación aplicasen métodos de trabajo parecidos a los que rigen en los laboratorios, el resultado sería muy distinto. Pero la Universidad está llena de papeles. La inversión española en I+D+i, apenas 144 euros por habitante, se asemeja a la de Chipre, Croacia, Letonia o Bulgaria. A años luz de Suecia, Noruega, Finlandia, Austria o Alemania, los países en cabeza de la UE, todos ellos por encima de los 1.000 euros por habitante.

España está a la cola de Europa y Asturias, a la cola de España. La inversión regional en investigación y desarrollo se sitúa en el nivel más bajo de la década. Las becas son raquíticas y sufren demoras. Si un Nobel llegara a la Universidad de Oviedo tendría que opositar con un examen en castellano y aceptar un sueldo de 2.500 euros. El plan de retorno del talento que lanzó el Gobierno regional se cerró sin candidatos y se encuentra a la espera de un nuevo intento. Hay producción científica, aunque dispersa, y loables esfuerzos por vencer las rigideces del sistema, pero insuficientes.

La receta del ex primer ministro finlandés Esko Tapani se demuestra infalible. Investigar es invertir recursos para obtener conocimientos; innovar sería invertir conocimientos para obtener valor. Los territorios que más fondos destinan a I+D+i son los que mejor progresan. Las grandes empresas lo tienen cada vez más claro, pero las medianas y pequeñas -mayoría en el Principado- lo consideran un gasto innecesario. Así nos va. La debilidad del modelo nacional es su excesiva dependencia del dinero público. Mientras en países como Estados Unidos las aportaciones privadas, incluso de particulares, son un maná, en España la filantropía ni se estila ni se incentiva. Falta flexibilidad para combinar fuentes de financiación y para contratar a investigadores sin el corsé del funcionariado.

Pedro Duque, premio "Príncipe", contó en la II Semana de la Ciencia que los humanos somos animales de la sabana que podemos vivir en Noruega gracias a la tecnología que hemos desarrollado y que nos permite llevar abrigo, encender una estufa, construir casas o cocinar alimentos. El espacio es un medio infinitamente más hostil, sin ni siquiera aire para respirar, donde no podemos llamar al médico si nos ponemos malos ni al servicio técnico en caso de avería, pero se habla ya de turismo espacial. María Blasco y Luis Franco coinciden en que estamos cerca de que el cáncer pase a ser una enfermedad crónica, como el sida, que al principio mataba y ahora tiene tratamiento. ¿Acaso no vamos a ser capaces de corregir los vicios del sistema para que el cuerpo científico pueda trabajar mejor?