Marlén: "No puedo evitar escucharlas cuando voy en un transporte público o si entro en un centro comercial. Salvo que lleve mis propios cascos con la música que me gusta, tarde o temprano me cae encima la maldición de las canciones lloronas. Unas veces tienen voz de mujer y otras de hombre. Están cortadas todas por el mismo patrón: lloriqueos. Claro, todo el mundo ha pasado por el mal rollo del amor no correspondido o del abandono indeseable, así que esas canciones juegan sobre seguro apelando a sentimientos malparados. Yo también me lamí las heridas en algún que otro momento, hace ya bastante tiempo afortunadamente, hasta que un día me harté de mi propia autocomplacencia en la tristeza e invoqué la tantas veces olvidada palabra que nos salva de muchas miserias: dignidad.
"Si falta algo en casi todas esas canciones es eso: dignidad. Hay rencor, reproches varios, advertencias ridículas al otro o a la otra de que no será feliz a partir de la ruptura, lamentos cargados de inquina o juicios sumarísimos llenos de resentimiento. Canciones de amor no son. Ni siquiera de amor propio. Son canciones de egoísmo y desconfianza (los celos nacen de esa mezcla infame), auténticos ejercicios de pobreza mental que dicen muy poco de la personalidad de quien los asume como himnos de su tristeza. Hay un tema de moda que me resulta especialmente lamentable: uno de esos cantantes llorones se niega a aceptar que su ex haya encontrado a otro hombre (algo muy habitual entre los que no saben pasar página y no aceptan un no como animal de compañía) y se dedica a poner a caldo al 'intruso'. Y luego le suelta una de esas frases que con ligeras variantes se repiten como un mantra descaradamente machista: eres mía y sólo mía. Me indigna que haya mujeres que no sienten náuseas cuando un tipo las considera de su propiedad privada. ¿Qué necesitan para rebelarse?".
