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Camilo José Cela Conde

Corrección artística

Gracias a los cuadros del parlamento de Canarias, nos hemos enterado de que la corrección política está alcanzando las últimas cotas de melindre piadoso. Se trata ahora de ocultar a la vista la interpretación que hizo en 1906 el pintor Manuel González Méndez de la conquista del archipiélago canario, con indígenas entregados en prenda a los invasores y cruces atemorizantes que enarbolan los soldados. Es harto probable que tales muestras de poder y dominio existiesen en el siglo XV; al fin y al cabo, no son extrañas ahora. En cualquier caso, es seguro que las escenas salen de la imaginación de quien las pintó. Se podría pensar que no son aptas para las almas pudibundas -¿las de los parlamentarios?- pero lo que resulta más absurdo en esta historia es que se baraje la solución de cubrir los cuadros con cortinas durante los plenos de la cámara.

No es la primera vez, desde luego, que se arrojan condenas morales sobre las piezas artísticas. Son muchos los adonis esculpidos en mármol que muestran sus genitales amputados para que no escandalicen y hasta las redes sociales como Facebook censuran las imágenes de los desnudos en los cuadros. La ola de corrección llega a la política y, así, cabe recordar que el año pasado las estatuas sin vestiduras de Roma fueron cubiertas para no herir la sensibilidad del presidente iraní, Hasan Rohani, de visita en la Ciudad Eterna. Pero cabría entender que en una cámara legislativa de la España actual, sin fundamentalistas musulmanes que se sepa, el sentido común habría de imponerse. Ese sentido común establece que la censura es peor que el escándalo aunque sólo sea por una razón de orden práctico: ¿dónde ponemos sus límites? ¿Hasta qué extremo debería llegar la condena a las interpretaciones artísticas tenidas por inmorales? Si a la nómina de los desnudos se añaden las acciones de violencia, opresión, rapto y lujuria, me temo que vamos a tener que cerrar el Museo del Prado.

Supongo que la sensatez hará que la polémica por los cuadros del parlamento de Canarias se quede en tempestad en un vaso de agua. Es posible, aunque no probable, que los instigadores del ocultamiento de las obras de González Méndez se den cuenta de que el tiro les ha salido por la culata: casi nadie sabía de esos cuadros y menos aún se había detenido en su significado. Pero es lo que tiene el ánimo censor inherente a la corrección política: logra lo contrario de lo que busca.

Al amparo de la consigna del buenismo aparecieron los atentados de principios de siglo, el pánico, las guerras y la xenofobia. Cabe apostar que el parlamento canario va a tener ahora no pocos visitantes que lleguen con el sólo propósito de ver los cuadros del conflicto. No creo que vayan a interesarse por su valor artístico porque nadie, que yo sepa, se ha planteado su consideración.

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