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LNE FRANCISO GARCIA

Billete de vuelta

Francisco García

Insultar con elegancia

Si se precisa insultar a alguien menester es recurrir a la fina ironía y la elegancia: ningún agravio duele más que una punzada verbal envuelta en guante de seda. Un directivo de la Asociación de Vecinos de El Natahoyo denunció días atrás haber recibido un insulto en plena calle del líder local de Podemos, a la sazón también portavoz municipal de la marca blanca podemista. Al parecer, le llamó carcamal, tras una riña a consecuencia de que el político, que circulaba por los Jardines de la Reina en bicicleta, como acostumbra, se salió del carril bici, ocupando el espacio reservado al peatón, según versión del denunciante.

El pique dialéctico concluyó en tablas, pero el supuestamente insultado se empeñó horas después en consultar el diccionario para conocer el significado exacto del insulto proferido. Y lo que leyó le calentó aún más la sangre, que ya llevaba caldeada y a punto de ebullición: le llamó -si es que lo hizo- persona decrépita y achacosa.

La ventaja de que te insulte un licenciado en letras es que de él se espera un dominio del idioma por encima de la media. Quien es capaz de increpar a otro con donaire tiene tres padrenuestros menos de penitencia. Servidor agradece ser zaherido por oponentes que untan la tostada del desayuno en páginas del diccionario de sinónimos. A quien te tilde de malsín, que es llamarte soplón y cizañero, desde babieca tribuna y cagalindes, merece responderse al quevedesco modo: que no has de callar por más que estólidos mamertos que escriben al bultuntún y al aplauso de una recua de onagros y estafermos se empeñen en silenciarte. Vaya a la bosta tanto charrán bodoque y zurrumbático.

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