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Luis Sánchez-Merlo

El relojero de Amiens

Los apoyos y recelos que genera el ascenso de Emmanuel Macron en Francia

¿Están los franceses dispuestos a darle las llaves de la casa a este maestro relojero -así le gusta a él figurar-, nacido hace 39 años en Amiens, con vocación de filósofo y afectos propios de las fiestas galantes de Verlaine, enarca (uno más de la elitista École Nationale d'Administration), que ha sido directivo en una conocida banca de inversiones, consejero del Presidente de la República y ministro de Economía del gobierno socialista, con el mandato de dar el volantazo liberal y que, de confirmarse los pronósticos, ganaría las elecciones francesas, convirtiéndose en el presidente más joven de la V República?

Emmanuel Macron (EM) es un político a la americana, directo a la hora de argumentar, obsesionado por la necesidad de persuadir, dispuesto a romper todos los esquemas para conseguirlo, incluso las reglas convencionales del juego político tradicional. Todo esto junto atrae a unos y molesta a otros, como no podía ser menos por la conjunción de sus maneras de chico bien educado con una ambición voraz e indisimulada.

Discípulo y protegido de Michel Rocard (primer ministro de Mitterrand), partidario de la "segunda izquierda", reformista y moderna, y defensor de una cultura socialdemócrata, que se ocupa sobre todo del buen funcionamiento de los servicios públicos (transportes, salud, seguridad o educación) y de la fluidez en la redistribución económica, con atención preferente a los jubilados, parados, enfermos y dependientes. El objetivo es gestionar bien (sin que eso suponga, como pretende un sector de la izquierda, actuar a traición como un capitalista) y conseguir para todos tiempo libre, porque la plenitud humana requiere, además de medios materiales suficientes, relaciones familiares y amistosas, deporte y cultura.

Nunca ha pagado la cuota al partido, afirma que no ha querido alistarse "en ningún partido porque el sistema ha dejado de funcionar" (un eufemismo que encubre su falta de consideración por el "aparato") y nada le aburre más que el bufandeo de las escuelas de verano y los congresos en escenarios impostados, por los que desfilan oradores que no consiguen ser escuchados por el runrún continuo de un auditorio distraído, con ganas de estar en cualquier sitio menos ahí.

Estos gestos, cuando menos arrogantes, han generado celos en viejos zorros de la política francesa, que no soportan la facilidad con la que ha alcanzado tanta popularidad en tan poco tiempo. De las suspicacias, algunos han transitado al rencor y, sin solución de continuidad, a considerarle persona non grata. A los ataques, que crecen a medida que se acerca la hora de la verdad, responde con soltura: "soy tan libre como usted, no soy rehén de nadie, no estoy aquí para favorecer al CAC 40 -Ibex 35 francés- pero tampoco para aporrearlo", una respuesta que recuerda aquella tarascada de Giscard a Mitterrand, en un debate televisado: "usted no tiene el monopolio del corazón".

Esto no excluye que algunos colegas del gabinete Hollande (Valls, primer ministro; Le Drian, ministro de Defensa) y otras figuras de la política francesa, algunas con efluvio a naftalina (Alain Madelin, François Bayrou, Bertrand Delanoë...), se vayan sumando a la marcha de EM, con tal de evitar que gane Le Pen. Al menos eso es lo que dicen, a lo que Macron resiste con reflejos: "Desconfío de la agenda oculta de los políticos. Bienvenidos todos los apoyos, pero ninguno me impedirá reformar o avanzar".

La animadversión al personaje no anida solo en las propias filas, se extiende al mundo empresarial, donde tiene enemigos poderosos, que le detestan, como es el caso del presidente del primer fabricante francés de vehículos (con el que ha mantenido una agria querella, consecuencia de la arraigada tradición colbertista), o del antiguo jefe de una gran compañía eléctrica gala (con amistades rusas complicadas) o del importante empresario de maquinaria que le considera una bailarina sin programa.

Quizá sea por su empeño en romper los códigos establecidos, tratando de "construir mayorías de ideas en torno a reformas útiles", y por su imparable ambición, por lo que unos le ven como una amenaza y otros como un epifenómeno. Para los sociólogos, se trata de un pragmático irreductible, con una personalidad que no deja indiferente, pues, o se está a favor suyo o se está contra él, se le aprecia o se le rechaza. Pero eso es popularidad, un fenómeno tal vez efímero, que ha construido desafiando a la clase política tradicional. Y esto también intranquiliza.

No obstante, es probable que lo que más empalaga a muchos franceses es que se le ve como un narciso superdotado, un joven presuntuoso, el primero de la clase, casado con su profesora del liceo, veintitantos años mayor que él, a la que, por cierto, no presentó en público hasta junio de 2015, con ocasión de la cena que Hollande ofreció a los Reyes de España en París, alimentando sin querer, con esta tardanza, rumores malsanos.

También suscitó críticas su parsimonia en avanzar un programa electoral detallado. Cuando lo ha ido haciendo, ha sido gota a gota, en forma de medidas técnicas, si bien, a medida que se acerca la hora final, responde de manera menos alambicada. En el cajón de sastre de esas medidas concentra Macron la "renovación democrática", que abarca la reducción del número de parlamentarios, la prohibición de acumular mandatos, la revalorización del Parlamento, la negación del acceso a las instituciones a los condenados, la preferencia de los acuerdos de empresa sobre la aplicación de la ley en el ámbito laboral y la reducción del número de funcionarios públicos, ese "fondo de comercio electoral del PS", cuyo estatuto "no se justifica y hay que revisar, al no estar adaptado al mundo actual; no entiendo cómo los funcionarios del ministerio se benefician de un empleo vitalicio y el responsable de ciberseguridad de una empresa, no".

A medida que avanza la campaña, su discurso comienza a ser menos volátil y precario, lo cual al mismo tiempo que sosiega a los indecisos proporciona munición a los adversarios, que redoblan las reservas hacia el candidato a presidente en varias direcciones: es arrogante con los funcionarios, su candidatura es frágil -joven y sin imagen de hombre de Estado-, suscita dudas sobre su personalidad, sus relaciones y su patrimonio; no tiene un partido detrás, su movimiento EM! (220.000 adheridos) es una anomalía política; no es un hombre de acción, no ha ganado nunca una elección y es muy dudoso que pueda obtener, en las elecciones legislativas del 11 al 18 de junio, una mayoría parlamentaria, incluso con la ayuda de los que su contrincante, el radical sobrevenido, Fillon, llama, con desprecio, "diputados internet".

Y concluyen los más críticos, lo que caracteriza la personalidad del jefe es la capacidad de gestionar un sueño -con o sin programa-, la posición silenciosa del discernimiento y el lenguaje sobrio de la acción. Justo, dicen, lo contrario de lo que hace Macron, un oportunista que genera recetas que no sobreviven al tiempo del discurso, adobadas con promesas huérfanas.

Este reformador impaciente pretende acabar con las enfermedades de Francia: los bloqueos, los intereses particulares, los tabúes de la izquierda y el statu quo o la ambigüedad, "como forma de cobardía, con la que no tenemos interés en vivir" . Ahí reside su sueño de recomposición política desde el Elíseo. Para ello tiene que recibir la unción del sufragio universal, que confiere legitimidad. Sólo cuando el pueblo te da su confianza puedes jugar en el patio de los mayores. Pero su ascenso sigue suscitando irritación e inquietud, sobre todo allí donde no ha metido nunca los pies, la sede del PS, donde presentarse como liberal es como entrar en una carnicería gritando que eres vegetariano.

Advierte de sus referencias iconoclastas -"Me gustan los combates a cara descubierta, no he sido tirador recostado ni hombre de aparato"- y transversales, al incluir entre sus ídolos a Juana de Arco, que "lleva sobre sus espaldas la voluntad de progreso y justicia de todo un pueblo", o al general De Gaulle, cuya herencia se apresta garbosamente a defender y al que invoca en cuanto puede, o a Mendes France, porque "los que dicen la verdad son los optimistas"? Tal vez esa mezcla de emboques le ha proporcionado un apoyo inesperado, el de Daniel Cohn Bendit, icono de mayo del 68, que considera que EM es el mejor colocado para ganar a la extrema derecha.

La llegada de un autócrata al poder comporta, sin duda, un riesgo, ya que, si resulta elegido, no deberá la victoria más que a sí mismo. Pero frente a este riesgo dice: "No soy un Tartarín de Tarascón (burgués de provincias de Alphose Daudet que, ante las burlas de sus conciudadanos, se ve obligado a realizar un viaje de aventuras verdadero para lograr ser tomado en serio), presidir no es gobernar, es ser garante de las instituciones y de la dignidad de la vida pública".

Muy consciente de que se ha abierto la veda -a derecha e izquierda- contra esta gesta en solitario, aboga por desterrar el desencanto generado por una clase política que, en treinta años, sólo se ha preocupado de conservar el poder y, aupado por el rechazo al sistema, Macron, con destreza de guardián del tiempo, de maestro relojero, mide el estado de las cosas porque conoce la importancia de que los acontecimientos se produzcan en el momento preciso y ha estado arqueando milimétricamente los motores de su carrera y el engranaje de su vida, sin renunciar a la estrategia de la transgresión.

Hasta ahora ha logrado seducir, falta por ver si consigue convencer a los electores franceses. Para ello, el relojero de Amiens impone su propio ritmo, sabiendo que el tiempo es oro.

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