No existe comunidad autónoma en el país con menos jóvenes que Asturias, una región que va camino de convertirse en un inmenso geriátrico, en un territorio de dolencias ancianas y achaques. La decadencia de la población juvenil asturiana es un drama sordo y mudo cuyas consecuencias resonarán como descarga de pólvora dentro de unos años, cuando no haya trabajadores suficientes en activo en esta región que puedan soportar con sus cotizaciones el peso de las pensiones de los jubilados, que serán legión. Sin contar el coste de la factura sanitaria que conlleva el alargamiento paulatino de las expectativas de vida.
En Asturias sólo quedan 125.000 personas, en una población de un millón, con edades comprendidas entre 15 y 29 años. Los que faltan se han ido en busca de mejores condiciones laborales y esas ausencias se antojan doblemente dolorosas, puesto que Asturias importa bienes y servicios y exporta talento, cuando la economía funciona mejor en sentido contrario. Se trata de un hecho terrible de incalculables consecuencias por cuanto el talento es el que genera bienes y servicios. Luego el éxodo juvenil conlleva también una grave pérdida de valor añadido para la economía regional.
Hacen falta medidas oficiales que hagan atractivo el retorno de los que marcharon. Se hace necesario también el rejuvenecimiento del tejido productivo. Y también, por último, la jubilación de los viejos cuadros políticos regionales, anclados por mentalidad y fecha de cumpleaños en el Pleistoceno. Asturias ya tiene suficiente parque jurásico en las playas de La Isla y La Griega: no hacen falta dinosaurios en el Parlamento regional.
