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Sol y sombra

El doble juego político

La tentación de emplear - las mismas armas que el populismo para reducirlo

La política cada vez está más pendiente del agitprop. El populismo se vale de él para extender su mensaje que no siempre coincide pero, sin embargo, utiliza las mismas técnicas. No coincide por la sencilla razón de que los dirigentes populistas son la misma clase de perros aunque algunos de ellos con distintos collares. Tampoco todos los partidos antisistema son populistas, del mismo modo que los hay sistémicos que practican conscientemente el populismo porque entienden que es la mejor manera de llegar al electorado que se engancha a las últimas tendencias.

Existe, por tanto, un problema de contagio que se resume en la estrategia de contrarrestar al adversario con sus mismas armas, imitándolo con el propósito de atraer a sus seguidores. Naturalmente, este tipo de juego lo practican mucho mejor los populistas que sus imitadores; al Frente Nacional de Marine Le Pen no le costó gran esfuerzo hacerse en Francia con el voto obrero practicando la acusación, hurgando en el disgusto y el enfado de amplios sectores de la población.

La acusación es el cuchillo retórico populista por excelencia. El padre Charles Coughlin, sacerdote católico de Detroit, promovió en los años treinta una agenda fascista para Estados Unidos: su propósito era señalar y eliminar a los culpables de los problemas de la sociedad. Actualmente, los populistas de derecha y de izquierda acusan al establishment y las élites. Podemos, en España, dejó de hablar de "la casta" cuando entró a formar parte de ella y ahora ha elevado el ámbito de la acusación a la teoría conspiratoria de los poderosos contra la gente.

Franklin Roosevelt derrotó a Coughlin y al resto de los populistas con la política del acuerdo y del New Deal. Si los partidos que dicen defender el orden constitucional frente a los que los quieren suplantar no la practican estarán perdiendo la batalla y vaciando de contenido a las democracias liberales.

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