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Zuckerberg se lava las manos

Unas semanas antes de las pasadas elecciones en los Estados Unidos, tras las acusaciones por parte de los partidarios de Trump de manipular los comicios a favor de la candidata demócrata, y de ambos candidatos respecto a la proliferación de noticias falsas en la red, Zuckerberg se lavó las manos diciendo aquello de "somos una empresa tecnológica, no una empresa de comunicación", aunque poco después de las elecciones ya matizaba sus palabras explicando que Facebook no es "una compañía tecnológica tradicional".

De todos modos, el pensamiento del fundador de Facebook en lo que se refiere a su relación con los medios de comunicación podemos analizarlo más en detalle en el "manifiesto" que dio a conocer el pasado mes de febrero en el que declaraba que Facebook no es ni solamente un medio, ni sólo una tecnología, sino "una comunidad de personas". En este documento, que recuerda al discurso de un líder político en el debate sobre el estado de la nación, y no está exento de vocación fundacional que podría remitir incluso al Manifiesto Comunista, Zuckerberg pone la información en el centro del concepto de Facebook cuando comenta que "leer noticias locales está directamente relacionado con la participación cívica" y, por lo tanto, "construir una comunidad informada, unas comunidades locales solidarias y la participación" son conceptos que están interrelacionados. Es decir, Facebook entiende que uno de los pilares de la construcción de su comunidad es la información, especialmente la información local; de hecho, nuestro antiguo muro (wall) de Facebook ahora se llama listado de noticias (newsfeed)

Quizá la aseveración de Adrienne LaFrance en "The Atlantic" cuando dice que el manifiesto de Zuckerberg es "un plan para destruir el periodismo" resulta exagerada, pero sí es cierto que éste ha encendido muchas alarmas al mostrar, negro sobre blanco, una realidad inquietante para los medios; Facebook se queda con el dinero de la publicidad, no paga por los contenidos que distribuye y declina la responsabilidad real -que traspasa a los propios usuarios- sobre la gestión de los contenidos, sobre su veracidad y, lo que es peor, sobre la legalidad de los mismos.

Situaciones como el nuevo asesinato en directo a través de Facebook que se produjo la semana pasada vuelven a poner a la red social en una posición incómoda y sitúan de nuevo en primer plano la aseveración de Zuckerberg cuando reconocía que la red opera a una escala tan descomunal que "incluso un porcentaje pequeño de errores causa un gran número de malas experiencias", pero en ningún momento aclara ya no sólo cómo va a intentar corregir esas imperfecciones, sino, y lo que es aún más importante, cómo va a asumir su responsabilidad por esas malas experiencias.

El caso es que los 2.000 millones de miembros activos de la "comunidad" de Facebook ni hemos votado a Zuckerberg ni tenemos posibilidad directa de influir en sus decisiones a través de mecanismos democráticos, a no ser que en un contexto de posverdad se entienda que los algoritmos son una avanzada forma de democracia.

Pero sí tenemos derecho a estar protegidos por unas leyes y normativas que contemplen el hecho de que desde el momento en que Facebook decide, a través de una suerte de despotismo ilustrado, cuáles son las reglas y qué noticias vamos a recibir, debe asumir también la responsabilidad civil y jurídica sobre las decisiones que toma, y que, por mucho que se disfracen de inteligencia colectiva y de responsabilidad social, han sido tomadas de forma opaca, discrecional y con la sombra de la rentabilidad y del monopolio del mercado al fondo.

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