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Profesor de la Universidad

Bolonia, un bluff

Dicen en Oviedo, reunidos como asociación nacional los profesores universitarios retirados -y LA NUEVA ESPAÑA así lo recoge-, que "el plan Bolonia ha sido un fracaso". Dice la RAE que "fracaso" es un malogro, un resultado adverso de empresa o negocio, un suceso lastimoso e inopinado, la caída o ruina de algo con estrépito y rompimiento, la disfunción brusca de un órgano. Es decir, el fallo de algo consistente. Dice María Moliner del onomatopéyico anglicismo neerlandés que "bluff" o "bluf" es cosa que atrae el interés de la gente sin tener realmente mérito, sustancia o importancia para ello. Añado yo términos sinónimos que LNE me permitió utilizar, ya hace bastantes años, en una Tribuna, publicada en estas mismas páginas, con el título, no precisamente entusiasta, de "Las ingenierías en el circo de Bolonia": Fanfarronada, apariencia, farsa, burla, falsedad, señuelo, timo, engaño, confusión y desilusión. Bluff es eso: constatación de la inconsistencia. Espejismo, dicho benévolamente. Sustancia de "petromocho", para que nos entendamos entre entendidos.

Añádase que estamos en la España de los dieciocho sistemas educativos (Gibraltar incluido), la que tan bien parada queda en los informes PISA, la lideresa en vocación científico-técnica, en dedicación presupuestaria a la ciencia y en los rankings universitarios. En la España que, para colmo, no sabe si es una, trina o mogollón. Un país en el que existe una perversa división de capacidades, competencias, destrezas y atribuciones entre unas izquierdas crispadas y quebradas, acostumbradas a detentar el derecho de pernada ideológico, una derecha inane y suicida, escapista de toda legítima coherencia programática en materia de información, cultura y educación, y un nacionalismo desleal, con complicidades oportunistas, a la par que voraz, mercachifle y chantajista, que usa la lengua, la academia y la cultura como armas, alambradas y salvoconductos.

Incapaces de un pacto de Estado o, simplemente, de importar un modelo coherente que funcione en materia tan sustancial, cada quince años o veinte se produce entre nosotros una radical reforma de las enseñanzas universitarias y, como en el cuento de los tres sobres, el primer lustro sirve para mal desarrollar la normativa, el segundo para tratar de corregir carencias, errores y disfunciones y el tercero para despotricar y preparar una nueva -y definitiva- contrarreforma. Si ha lugar, el cuarto servirá para llegar tarde a ella. En este escenario y con estos antecedentes, la cacareada reforma del Espacio Europeo de Educación Superior, EEES -Plan Bolonia dentro del ajo- ha aderezado las medias verdades que traía de casa con su secuestro por parte de politicastros, lobbys, pedagogistas, burócratas, demagogos y conversos. Y, por si fuera poco, la crisis económica ha hecho inviable lo poco bueno de sus objetivos diferenciales de mejora de la calidad, homologación, permeabilidad y competitividad de la formación de nuestros profesionales titulados superiores, que es de lo que se supone que se trataba la movida. Más papistas que los papas, terminamos de implantar el plan cuando la Europa virtual, burocratizada, contaminada y tocada de ala con la que se pensaba converger -no se sabe dónde, ni cómo, ni para qué- parece estar ya en otra onda. Por todo ello, todos los que hemos estado con mayores o menores responsabilidades, de buena o mala gana, primero empeñados en sacar adelante este artificio en tan impropias condiciones, y luego apurados por salvar los muebles -desde rectores voluntaristas a animosos profesores de base- terminaremos, a lo mejor, por tener que entonar, como agnósticos, el derrotista "no es esto, no es esto", y como creyentes, el providencialista "¡Virgenchita, Virgenchita!". Y, a lo peor, por ser imputados al no haber estado más atentos a lo que se cocía delante de nuestras narices, en nuestros propios laboratorios.

La opinión de miembros de la ASPUR (Asociación de profesores universitarios jubilados), como la de todos los que estamos o nos aproximamos al atardecer de la vida profesional, puede minusvalorarse por estar dopada con el escepticismo y la falta de maniobrabilidad de quien ya tiene más perspectiva en el retrovisor que ante el parabrisas. Pero siempre queda la certidumbre de que, sin tanta experiencia y sin tanta cicatriz, siempre van a ser los más jóvenes relevos quienes asuman el papel de gritar, sin complejos, que el estafermo lleva mucho tiempo paseándose con el mismísimo culo al aire.

Lo malo es que no son tiempos para dispendios, hay otras prioridades, y la muda o la compostura van a tardar en llegar algo más de lo habitual.

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