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Eurodiputado asturiano del PSOE

Lecciones francesas

La fuerza de Le Pen, la emersión de un candidato sin partido y el derrumbe de los socialistas

Emmanuel Macron ha ganado la primera vuelta de las elecciones presidenciales francesas, con una distancia de casi tres puntos sobre Marine Le Pen. Resulta execrable el resultado del Frente Nacional, cuya candidata pasa a segunda vuelta, pero recordemos que su partido venció ya en las elecciones europeas de 2014, respecto de las que retrocede en varios puntos, y en la primera vuelta de las regionales en 2015. De este modo, la novedad no es tanto la fuerza de Le Pen, que ha congregado un apoyo elevado y estable en los últimos años, sino la emersión de un candidato sin partido, salido del gobierno de Hollande, y el derrumbe del Partido Socialista, toda vez que el centro-derecha de los Republicanos se ha ido vaciando ante los escándalos de corrupción de su candidato Fillon. Recordemos que las encuestas adelantaban una victoria de Juppé, candidato derrotado en las primarias de los Republicanos. Además, también es reseñable el apoyo obtenido por el eurodiputado Mélenchon con su Francia Insumisa cuya aproximación a Europa, por cierto, se parece peligrosamente a la de Le Pen, con amenazas compartidas de retirar a su país de la Unión.

Mucho se ha escrito en los últimos días sobre la debacle del Partido Socialista, en algunos casos, intentado extraer lecciones más allá de las fronteras francesas, que puedan dar algo de luz al proceso de primarias abierto en el PSOE. Vaya por delante que no deseo introducirme en ese terreno, sino simplemente ofrecer una visión de la derrota socialista más desde la óptica europea que española.

El Partido Socialista Francés recupera la presidencia en 2012 con un programa económico que pretendía impulsar el crecimiento con más inversión pública y finiquitar la estrategia deflacionaria aplicada hasta entonces por Sarkozy. Sin embargo, tras unos meses en los que Hollande intenta aplicar su recetario, procede, con más o menos intensidad, a desarrollar una agenda de reformas y de control del déficit. Este cambio puede ser interpretado como una "traición" a sus propias propuestas, pero supuso la asunción de la realidad: había prometido cosas que no estaba en su mano cumplir. Su actividad de gobierno debía enmarcarse en las coordenadas del mapa europeo, dominado entonces por la derecha, y fue presionando para ampliar el margen de maniobra a través de avances europeístas (unión bancaria, Europa de la defensa, etc.).

Perdónenme el quiebro. El Partido Socialista portugués alcanza el gobierno a finales de 2015 con una agenda similar a la de Hollande en Francia en 2012, pero en esta legislatura europea, la Comisión ha decidido revisar la aplicación del Pacto de Estabilidad y Crecimiento, aplazar el objetivo de cumplimiento del déficit público, no vetar los presupuestos generales de ese gobierno en su primer año y, además, no bloquear los Fondos Estructurales después del incumplimiento con el objetivo en 2016. Sirva este ejemplo para evidenciar la reorientación de la política económica europea gracias al mayor peso relativo de los socialistas en la Eurocámara, en la Comisión y en el Consejo Europeo, con la ayuda del propio Hollande o de Costa.

Esto podría parecer una limitación contra el ejercicio pleno de la soberanía nacional, como promueven los nuevos partidos popular-nacionalistas a izquierda y a derecha, que además señalan a los burócratas de Bruselas como una especie de dictadura de los tecnócratas. Sin embargo, simplemente representa el desarrollo ordinario de cualquier institución democrática con competencias repartidas entre distintas administraciones. Y recordemos además que aquellos que nos situamos a la izquierda, si deseamos ordenar los mercados y tener sistemas de redistribución robustos, necesitamos a una institución supranacional para cumplir con la misión que los Estados realizaban cuando los mercados eran nacionales.

En fin, Hollande asumió las dificultades para desplegar su programa en el ambiente europeo de 2012 ya en el Elíseo, como a Zapatero le tocó sufrirlo en La Moncloa a partir de 2010. Sin embargo, el principio de realidad a veces es huidizo y el Partido Socialista Francés en su conjunto fue incapaz de aprehenderlo. Recordemos que una parte de esa formación hizo campaña activa en contra de la Constitución Europea en 2005. Pues bien, a mediados de 2014, dos años después de las elecciones presidenciales, varios ministros abandonaron el Ejecutivo y junto con el apoyo de un grupo de diputados se pasaron a la oposición contra su propio gobierno. Probablemente, Hollande no supo dirigir correctamente a su partido, pero de facto se produjo una escisión informal que les acompaña hasta el presente. Algo falló en la redacción del programa electoral primero, con propuestas que en el entorno democrático europeo en 2012 eran inviables, y alguien erró cuando se dieron de bruces con la realidad.

Esa división contribuyó, y mucho, a la erosión de la presidencia de Hollande, quien renunció a presentarse para un segundo mandato, y acabó de eclosionar en las pasadas primarias, donde un ministro dimisionario en la revuelta interna de 2014 fue elegido candidato presidencial, Benoît Hamon. Así las cosas, el Partido Socialista Francés acabó por explotar, mientras un ministro de Economía de Hollande, que había sido previamente su asesor presidencial, decidió lanzarse al ruedo electoral a través de una nueva plataforma, prometiendo, entre otras cosas, profundizar y acelerar las reformas del propio Presidente.

El resultado ya lo conocen. Una reagrupación de una parte de la izquierda, con promesas de abandonar Europa si la democracia continental no acepta sus posiciones en torno a Mélenchon, y de sectores progresistas más moderados alrededor de la candidatura de Macron, que se benefició del voto útil ya en primera vuelta contra Le Pen y de los escándalos de corrupción de Fillon, demostrando que el votante conservador francés se toma más en serio que en nuestro país estos graves asuntos.

Ciertamente, el resultado no puede ser más triste para los socialistas, pero la lección de todo esto, más allá de otras interpretaciones, se centra en analizar correctamente los ámbitos de competencias y, por ende, de nuestras promesas electorales, destacando la importancia de las citas europeas. El Partido Socialista Europeo es hoy en día poco más (o menos) que una confederación de partidos. En muchos países, nuestros partidos se presentan con programas donde Europa aparece como un tema de asuntos exteriores, sin entender aún que la política comunitaria encuadra casi globalmente las medidas que deseamos impulsar en nuestros Estados. Esta confusión impide, a su vez, trasmitir a la ciudadanía la responsabilidad de cada institución, contribuyendo a la frustración con la Unión, que no es otra cosa que la insatisfacción con las mayorías políticas conservadoras de los últimos años.

El ejemplo francés debe ser útil, por tanto, para entender de una vez qué nos jugamos en Europa y cómo debemos enfrentar el debate comunitario desde los partidos socialistas, donde se juega, por cierto como en las décadas de postguerra, la reconstitución de las políticas de bienestar, que exigió en su día del concurso de socialdemócratas y democristianos.

Esperemos que Macron venza a Le Pen en segunda vuelta y apoye, aunque sea como social-liberal, la puesta en planta de una Europa federal. Ya tiene el respaldo expreso de Hamon y Fillon desde la misma noche electoral, impecables en la derrota, a la espera del posicionamiento de Mélenchon para que Le Pen no capitalice el voto anti-sistema que pudiera haber apoyado a éste.

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