Uno de los mayores arcanos de estos días en Gijón encuentra relación con saber qué pasa por la cabeza de Javier Fernández, presidente del Sporting, sobre la lamentable situación deportiva del club y la deriva económica a la que puede conducir el previsible descenso de categoría. Porque no conviene engañarse ni un segundo más ni jugar ingenuamente a las cábalas a falta de tres jornadas para la finalización de una temporada nefasta.
Mal acaba lo que arranca con un mal inicio. Y los comienzos del curso, salvo un ligero espejismo ilusorio, no anunciaban un desarrollo halagüeño. Hubo momentos que dejaron entrever la deriva del club, que no supo poner en su sitio a quien de la plantilla sacó los pies del tiesto. Tampoco supo mediar en la falta de entendimiento entre el director deportivo y el entrenador destituido: el uno por el otro confeccionaron una plantilla mediocre y descompensada de la que no se pudo sacar fruto quizá porque no lo había. Cuesta trabajo encontrar valores destacados en uno sólo de los fichajes emprendidos, en los de Nico y en los de Abelardo. Por no hablar del desastre de las adquisiciones del mercado de invierno: salvo detalles de Vesga con cuentagotas, el resto fue una calamidad que alcanzó más notoriedad fuera del estadio, por cuestiones extradeportivas, que sobre el césped.
¿Qué piensa Javier Fernández de todo esto? ¿De qué se arrepiente el máximo accionista a la vista de tamaño desaguisado? ¿Va a tirar la toalla, como reclama cada vez con más insistencia la grada? ¿Pondrá el club a la venta o aguardará a ver si vuelven tiempos mejores?
