En Gijón hay despedidas de solteros, de solteras y de horteras. La tercera acepción, de género variable, suele coincidir con las dos primeras en numerosas ocasiones cada fin de semana primaveral, en cuanto que celebraciones vulgares, zafias y de mal gusto.
No hay que desdeñar este tipo de eventos en cuanto que generan economía a la hostelería, la empresa hotelera y a los locales de ocio, si se tiene en cuenta que Gijón es lugar elegido por hordas de celebrantes de estos menesteres erótico-festivos cada año; pero no estaría de más barnizarlos de buen gusto una vez lijada la capa de chabacanería. Si bien ésa no es tarea de los empresarios locales, sino de los y las protagonistas de la celebración prenupcial que se pasean por las calles de Gijón con un bálano en la cabeza o disfrazados de mamarrachos y tarambanas anudados a una muñeca hinchable.
No parece que el Ayuntamiento atente contra la libertad de expresión si se atreve a regular dentro de la ordenanza cívica municipal estas reuniones etílicas de fin de semana. Pero deberá hilar fino: en Salamanca, ciudad dicharachera donde las haya, la Corporación tipificó medidas para evitar el desmadre desmedido de algunas despedidas de soltería, como prohibir a los participantes ir desnudos o semidesnudos por la vía pública, llevar ropa o disfraces ofensivos o sexistas o emitir música y sonidos pasados de decibelios. Alguien recurrió al Juzgado, y el Tribunal Superior de Justicia de Castilla y León hizo que el Ayuntamiento tuviera que comerse sus prohibiciones con patatas revolconas...